Columnistas

El desnudo filantrópico

'Voy a enviar fotos mías desnuda a todas las personas que donen al menos diez dólares a una de las siguientes organizaciones para los fuegos en Australia…”

Esta entusiasta provocación fue hecha el 4 de enero recién pasado por Keylen Ward (20 años, Los Ángeles, EUA), en su cuenta de Twitter.

Keylen es una bella rubia con aire de colegiala traviesa, profesional del desnudo, que vende su figura, sin trapos ni pornografía, a sitios para adultos en internet. Quería contribuir con unos mil dólares a la lucha contra los incendios forestales de Australia, de la manera que mejor sabe: quitándose la ropa.

Horas después del tuit, su cuenta había recibido 200 mil “Me gusta” y provocado 810 mil retuits. El 5 de enero había producido 50 mil dólares; el 6 de enero 500 mil, y para cuando leí esta noticia en El País (Madrid), había llegado a un millón de dólares, con 240 mil seguidores.

Pero Keylen pagó el costo de recibir insultos y enfurecer a su familia. El novio, acaparador egoísta, le quitó el habla. Su valiente defensa fue ambientalista: “f…’em, hay que salvar los koalas.”

Los antecedentes históricos del desnudo público son tan antiguos como el arte, donde el desnudo se ha refugiado de la persecución moralista y religiosa. Hay magia y misterio en el cuerpo humano libre de vestimenta y prejuicios, que ha conmovido aun a espíritus conservadores. Fue el papa Julio II quien otorgó inesperada libertad a Miguel Ángel para pintar desnudos explícitos en la Capilla Sixtina.

Sin embargo, no abundan los casos de mujeres que hayan publicado su cuerpo por inspiración altruista. Está el caso, un poco envuelto en la leyenda, de Lady Godiva, esposa del conde Leofric (968-1057), señor de Coventry, Inglaterra. Ella le suplicó que bajara los agobiantes impuestos pagados por sus vasallos empobrecidos (el “tasón” era el impuesto más aborrecido), pero el conde no quiso. Entonces ella le amenazó con recorrer el pueblo a caballo, completamente desnuda, como protesta. El conde la retó a cumplir su amenaza y Lady Godiva hizo su periplo sin más atuendo que su hermosa cabellera. Leofric, quizás temiendo que su señora se cortara el cabello para una próxima protesta, ordenó a la SAR que suprimiera el “tasón”.

Keyla es bella, pero en las fotos de Google no luce excitante ni incitante. Todo desnudo de mujer es ingenuo y neutral si sus ojos -o el pincel, o el cincel- no transmiten el mensaje subliminal que enciende fuegos huracanados. Es en la mirada donde están la inocencia o el apremio. Tal es la mirada indiferente de “La maja desnuda”, de Goya, al contrario de los ojos entrecerrados por la pasión de la hembra del “Desnudo acostado”, de Modigliani.

Es así posible que una parte, si no la mayoría, de los contribuyentes convocados por la foto de Keyla hayan sido motivados también por la oportunidad de colaborar en el combate de los incendios en Australia. Ella ha movido voluntades planetarias para una noble causa.

Ese es el poder incontrastable de internet que, para bien y para mal, provoca reacciones colectivas. Es la convocatoria de la gente común, de su libertad para pensar, analizar, escoger y decidir por sí misma, aun al sabido riesgo de ser mal informada o equivocarse. Ese es su preciado derecho. A eso se debe el odio de las dictaduras y los autoritarismos de todo género hacia internet. Alumbra, informa y transparenta, para desesperación de quienes viven de la oscuridad, del ocultamiento y de la opacidad.