Columnistas

El modelo neoliberal

Pocas expresiones son tan repetidas en los debates políticos como la de “modelo neoliberal”, y pocas son tan mal comprendidas y peor utilizadas. Por fortuna, pocas son también las que ofuscan tanto esos debates y dificultan la comprensión colectiva del tema económico.

Y es que no se trata de una expresión técnica, sino de reacciones instintivas de la derecha y de la izquierda, imprecisas y vagas, que en dos palabras pretenden resumir la esencia de uno de los saberes más vastos y complejos del conocimiento humano.

Cuando se habla de modelos -a menos que uno se refiera a las bellas caminantes de las pasarelas-, se habla de ciencia, del saber organizado y preciso.

Para investigar, el científico escoge unos cuantos aspectos de la realidad que estudia, pertinentes a sus propósitos, con los que construye representaciones de esa realidad, abstractas y conceptuales, que la ciencia llama modelos. Con ellos el investigador desarrolla hipótesis de trabajo que, analizadas, combinadas y contrastadas con el saber y la experiencia existentes, pueden servirle para construir teorías.

Tales modelos no tienen relación directa con la realidad, no sirven para modificarla.

Y aquí está la importancia del tema, que de otra forma podría parecer irrelevante: si en la discusión política los líderes y la sociedad se dividen entre quienes defienden y quienes adversan un modelo que ni siquiera es tal, ambos bandos desenfocan sus objetivos y programas. De ahí no puede resultar más que una oposición generalizada a cualquier política económica, porque nadie está seguro de lo que defiende u objeta.

Entre los innumerables modelos de la ciencia económica, ninguno es llamado “neoliberal”. Las medidas de política que son consideradas neoliberales, sin embargo, sí son de conocimiento común.

Es claro que, a falta de una definición del modelo neoliberal, cualquiera de esas políticas puede ser identificada como el modelo en conjunto.

Quizás el mayor daño provocado por el llamado modelo es que la gente confunde las dos etapas básicas de toda reforma económica: el ajuste inicial, que busca recuperar los balances macroeconómicos, y el programa sectorial de mejoras a largo plazo.

La necesidad de una reforma económica es por lo general aceptada hasta que la economía está en crisis y los desajustes macroeconómicos son ya insostenibles. Recuperar los equilibrios resulta entonces una tarea indispensable y prioritaria.

Ningún programa de reformas puede ser emprendido si el déficit fiscal es demasiado alto, si hay una inflación elevada e incontenible, si el valor de la moneda es ficticio, si la actividad externa es deficitaria. Hasta que esto se corrija, no puede ser intentada una reforma económica de largo alcance y claros objetivos nacionales.

En medicina ocurre algo parecido. El médico estabiliza primero los signos vitales del paciente antes de operarlo.

La oposición general a los ajustes macroeconómicos preliminares bloquea toda reforma, y la economía entra en períodos muy largos de empobrecimiento y estancamiento. El gobierno de Macri podría ser un ejemplo, y es posible que también lo será el de Fernández.

Para lograr un programa de cambios económicos, políticos y sociales sostenibles, de aceptación general y de largo plazo, que transforme la nación, hace falta una comprensión común de estos problemas, sin perjuicio de las plataformas políticas e ideológicas de cada grupo. Esa debe ser la base de una concertación nacional.