Columnistas

Santidad para el desarrollo

Honduras está a las puertas de un hecho histórico: se ha iniciado la primera causa de beatificación en la Iglesia Católica a favor de un hondureño. Es posible que nos imaginemos a los santos como seres extraordinarios y cuya única actividad es la comunicación con Dios, pero no es así. Los santos son seres carnales, con defectos como todos, pero que, desde la perspectiva de vida cristiana, sirven de particular ejemplo. No se trata de que estén en una especie de posesión angelical (en oposición digamos a la posesión demoníaca), se trata de hacer en lo cotidiano lo que corresponde, lo mejor que se pueda.

Su nombre es José Atiliano Franco y seguro que su nombre comenzará a sonar cada vez más no solo en el ámbito religioso católico, sino en las calles y en los hogares, no tengo duda de que andará de boca en boca. Fue un Delegado de la Palabra que, además de ser ejemplo, tuvo tal convicción en sus creencias que fue capaz de dar la vida por ellas.

Más allá del credo, estimado lector, quisiera cuestionarlo sobre si no es eso justamente lo que necesita un país tan conflictivo y enmarañado: ejemplos de vida y convicciones profundas. Después de todo, los santos son eso, si se los quiere ver desde un punto de vista meramente del constructo social. Lógicamente, desde una visión más espiritual hay más elementos que considerar.

Estamos hablando de un hondureño sencillo, de uno como nosotros, que tal vez no entendía de geopolítica ni teorizaba sobre los conflictos sociales, pero sí entendía de principios, valores y convicciones. Nos la pasamos tratando de inventar instituciones, misiones, leyes, reglamentos, organizaciones, organismos; buscamos héroes, líderes políticos, en definitiva, pasamos alucinando con nuestra salvación como país; palabras van, palabras vienen, pero lo que tal vez necesitamos son hondureños como Atilio, capaces de oponerse a los vicios y de enfrentarse a la tentación de actuar en contra de los otros.

Creo que es el único camino infalible: explorar y explotar las mejores virtudes del ser humano. La moral y la ética son la semilla del desarrollo, sin ellas es imposible conseguir la dignificación humana. Los santos en su ejemplo de vida siempre influyen positivamente en su comunidad y en sus más cercanos.

A lo largo de la historia ha habido muchos hondureños que seguramente, como Atiliano, han sido dignos de servir como ejemplo para un proyecto de vida; también quiero referirme a ellos, aquí ya sea dentro del ámbito religioso o fuera de él. Ellos se han opuesto a un sistema social que nos ofrece la ley del mínimo esfuerzo, la mediocridad, la corrupción, los vicios, la vagancia, la división, el egoísmo, solamente los intereses propios.

Aún no sabemos el camino que tomará la causa de beatificación, pero llegue o no llegue a los altares, su olor a santidad no dejará de servir de guía para quienes lo conocieron y creo que de ahora en adelante para cada hondureño. Viendo de soslayo la reflexión metafísica, pienso que a la larga por lo que seremos recordados las personas el día que dejemos este mundo es por el impacto positivo o negativo que tengamos sobre las personas que convivieron con nosotros. Esa es tal vez la más grande herencia que podemos dejar a la humanidad o por lo menos a una pequeña parcela que tiene nombre de abismo y que ahora no tiene otro camino que escalar.