Columnistas

¿Quién nos guía?

No existe conversación, entre dos hondureños, que no incluya la pregunta “¿y ahora quién nos puede gobernar?, nos urge un “líder” carismático, confiable, responsable, capaz, honesto, con conciencia social y sentido de solidaridad humana abundante, que le permita identificar los problemas que agobian a todo un pueblo y que sepa administrar un grupo de hombres y mujeres colaboradores, afines a su pensamiento y acción, para que todos juntos, ellos conduciendo y toda una nación acompañando, emprendamos la titánica tarea de sacar a nuestra Honduras del agujero profundo en que nos han hecho caer esos personajes nefastos que nunca debieron atreverse a autonombrarse salvadores insustituibles de este pueblo agobiado por la pobreza, el desempleo y la inseguridad, pero sobre todo por la desesperanza. Los líderes genuinos son aquellos que observan al pueblo, miran con ojos bien abiertos, saben cómo identificar dónde es que se encuentran los puntos de dolencia de la sociedad; y saben cuál es y cómo aplicar la medicina sanadora. Son los que mantienen los oídos limpios para escuchar el clamor de esa sociedad adolorida y saben actuar oportuna y acertadamente en encontrar caminos de solución a las calamidades cotidianas, son los líderes aquellos ciudadanos extraordinarios generadores de confianza que cuando abren la boca es para dar sosiego y esperanza a un pueblo que gime.

En este momento de inmerecida zozobra por la escasez en el engranaje gubernamental de esos personajes que reúnen las características deseadas de un conductor calificado, es impostergable que iniciemos una búsqueda intensa del hondureño ideal, del gobernante adecuado, hombre o mujer, para encomendarle el destino de la nación -indistintamente de si es o no un viejo militante de los partidos legal y moralmente constituidos-; búsqueda que debemos emprender sin pérdida de tiempo. Porque en el catálogo de potenciales sustitutos de los gobernantes actuales tampoco existe una abundancia visible de candidatos ideales; por el contrario, encontramos en los actores principales de este melodrama político una miopía incomprensible que no les permite observar el peligro real, no inventado, en el que se debate el país, con una notoria obcecación nada inteligente que los amarra a sus caprichos personales, una carencia absoluta de humildad para identificar su capacidad o incapacidad de convocatoria, que les permita aceptar que existe una urgente necesidad de juntar fuerzas como única vía para vencer en las urnas lo que tres cuartas partes de la población considera es un modelo agotado e insostenible de gobierno. Llegó el momento de que afloren los mejores hombres y mujeres de esas élites educadas del país para que presten su servicio civil obligatorio a la patria. Ya no más esconderse detrás de las cortinas de restaurantes, salones de belleza, edificios públicos o privados a rumiar nuestros males, es el momento en que académicos, obreros, estudiantes responsables, miembros de colegios profesionales, en fin, todo ciudadano capaz, den un paso al frente y cada quien, desde su trinchera cívica, acuda al llamado de auxilio que hace Honduras a sus mejores hijos. Dios mío, envíanos un líder genuino cuyas actitudes sean reflejo de su capacidad ejecutiva y de su integridad ciudadana, un hombre o mujer que nos conduzca a la consolidación de la armonía social para construir la paz necesaria donde descansen los pilares de una prosperidad y bien merecido desarrollo humano.