Columnistas

Mi experiencia en la universidad

Empecé la universidad allá por el año de 1987, la guerra fría estaba llegando a su fin y con mucho anhelo y entusiasmo abracé los textos de las primeras asignaturas de la carrera de Medicina, entregándome en cuerpo y alma al estudio.

Como todos, hubo noches que dormí poco o no dormí, pues tenía exámenes al día siguiente a las ocho de la mañana. Sin embargo, hay algo que tengo que resaltar y es que en mi caso siempre conté con el apoyo de mis padres, que me permitieron ser estudiante a tiempo completo y por consejo de ellos aprendí todo lo que pude.

Mi caso es excepcional pues después de estudiar dos años de la carrera de Medicina me di cuenta que esa no era mi vocación y era preferible cambiarla. Aconsejo a los jóvenes estudiantes que antes de optar a una carrera deben someterse a una prueba de aptitudes que ofrece la universidad y seguir los consejos de los psicólogos para no equivocarse.

De cualquier manera, en ese tiempo no era obligatorio tomar exámenes de aptitudes, por lo cual la elección de carrera era un ensayo de prueba y error. Y así saqué muchas materias que no figuran en el plan de estudios de la carrera de Derecho, que fue la que elegí al final.

Recuerdo las clases de biología, ecología y química, en las cuales pasé muchas horas aprendiendo. Recuerdo que del edificio de Ciencias Biológicas salía rápidamente a la clase de sociología que impartía el maestro Carlos Arturo Erazo. A lo que voy es que la universidad en aquel tiempo era un santuario. Todas nuestras fuerzas e ímpetus fueron canalizados en los estudios.

No teníamos tiempo para hacer manifestaciones y mucho menos cubrirnos la cara y andar en enfrentamientos con la Policía. Simplemente había demasiado por aprender y ahí canalizábamos toda nuestra energía. Hubo noches de fiestas con los amigos, no lo puedo negar, pero prevaleció el estudio. Yo quisiera que la universidad volviera a ser ese lugar de debate y tranquilidad que yo experimenté y no un campo de batalla.

La Biblioteca estuvo siempre a la orden, en ese entonces la manejaba el licenciado Mario Roberto Argueta con mucha eficiencia y eficacia. Todos pasamos ahí incontables horas. Posteriormente decidí trasladarme a la universidad privada UTH en la cual me gradué de abogado, conocí muchos amigos y gente valiosa que al igual que yo tenían que trabajar y estudiar. En mi opinión en esta época las universidades privadas son más eficientes respecto a no perder clases y en la atención al alumno. Sin embargo, son caras y a ellas no tienen acceso las clases con menos recursos, por lo cual siempre debe haber universidades públicas abiertas a todos.

Pido la ayuda de los mejores cerebros que tiene este país y de algunos de los cuales tuve la suerte de aprender en las distintas ramas de las ciencias, como ejemplo puedo mencionar a los maestros Pablo Carías, Mario Argueta, Elmer Lizardo, Vilma Gloria Rosales, Miguel Carías, Roberto Flores y Reinelda Aguilar, entre otros tanto en la pública como en la privada.

A todos agradezco su dedicación y el privilegio de sus enseñanzas. A los jóvenes universitarios que están haciendo desorden en la UNAH y haciendo perder el tiempo a los que verdaderamente quieren salir adelante, hago sinceramente un llamado de atención y que si tanto les gustan las armas y el combate allí está la Escuela de Policía y el Ejército. Allí se pueden canalizar sus deseos de aprender a manejar armas, morteros, tanques y bazucas. Para que estén preparados para defender la Soberanía y prevalezca la Constitución (de 1982) y sus leyes.