Columnistas

Turismo en la Honduras profunda

De cada período de vacaciones se pueden sacar conclusiones de todo tipo: económicas, sociales, antropológicas, vitales y hasta espirituales. El turismo, lógicamente, se potencia y de allí surgen las conclusiones económicas. Las regiones que dependen de este rubro se dinamizan a la vez que los visitantes obtienen una experiencia agradable.

Los hondureños en vacaciones nos podemos dividir en cuatro grandes segmentos, con sus líneas grises y naturales interdependencias.

Aquellos que hacen su turismo de la manera más tradicional, no importa si van lejos o cerca, si se van un par de horas o cinco días, están en la primera clasificación. Son los que tienen la posibilidad económica, la costumbre y el deseo de conocer los lugares que se ofrecen como destino agradable y relajante.

Al segundo segmento pertenecen aquellos que se movilizan, pero no visitan los lugares prototípicos, sino que su destino son sus lugares de origen: su objetivo es visitar a sus familias y descansar un poco.

Los que están aquí son los que hacen una primera etapa de lo que yo he llamado “turismo profundo”. Se llama así porque es explorar la Honduras profunda, esa que no puede venderse como destino turístico. Porque el turismo tiene algo de artificioso, algo de ocultar lo vergonzoso y mostrar el lado más amable; una analogía quizá de cuando somos anfitriones en nuestro hogar y mostramos solamente lo mejor.

En un tercer segmento se encuentran los que no pueden salir a vacacionar porque deben cumplir, con normalidad, con sus obligaciones laborales. Estos son los protagonistas de otra Honduras profunda, ya no instalada en las zonas rurales, sino en las urbes.

En un cuarto segmento están los que podrían salir, sin embargo, por razones de costumbre o económicas prescinden de movilizarse de la ciudad. Quedan entonces dos opciones que bien podrían ser una sola: hacer turismo en la televisión, de lo cual ya he hablado en una ocasión y la otra, refugiarse en los centros comerciales. Es decir, salir a explorar la Honduras profunda urbana.

Surgen entonces varias preguntas sobre cuál es la Honduras de verdad. ¿Es cierta la Honduras que nos vendemos y vendemos como un destino acogedor y maravilloso? ¿Y si esa es cierta, puede ser también cierta la otra que es un poco más dura y cruda, ya sea en las zonas rurales y en las zonas urbanas? ¿Es natural esto que vemos de que unos pueden salir y otros no o es una normalización de las cosas? ¿Es justo?

Yo opino que las dos realidades no son excluyentes y quizá hasta cierto punto sean necesarias (habría que revisar todo lo que decimos que es necesario) esas contrariedades y contradicciones.

Sobre ese “turismo profundo” que muchas personas hacen visitando sus realidades originarias pienso que no estaría mal que todos en alguna ocasión veamos a esa otra Honduras que nos abre sus heridas y sus más grandes preocupaciones.

Digo esto porque en mis reflexiones sobre la estética he llegado a la conclusión que la belleza (que es distinto de lo bonito) tiene que ver con el grado de observación de las cosas y con una mirada a detalle en las sombras y las luces. Entonces, ¿no deberíamos ver la realidad de un pueblo rural con toda su pobreza e ignorancia como observamos una de las playas hermosas que tenemos? ¿Podemos entonces hablar de la belleza de Honduras?