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El sueño hondureño

onduras como nación, en el concierto de las naciones, aún busca en este siglo XXI su espacio y tiempo para reencontrarse con su desarrollo, con su propia historia, con su destino y fundamentalmente con su gente. De este modo, la reflexión no debería ser únicamente individual o familiar, sino también comunitaria y nacional, puesto que el sueño hondureño se resume en construir una patria para todos, con desarrollo, paz y justicia. No obstante, en contraste al sueño hondureño que todas y todos deberíamos con visión y pasión construir y vivir, está el sueño americano buscado por muchos.

Aproximadamente un millón de hondureños viven en los Estados Unidos y miles buscan anualmente nuevas tierras y horizontes. El sueño hondureño no puede construirse en base al materialismo, consumismo e individualismo. Ni en el odio y la violencia. El sueño hondureño se nutre de una visión nacional centrada en la pasión por Honduras, lo hondureño y los hondureños: su historia, su presente y su futuro.

Por ello, iniciamos esta reflexión con el pensamiento de José Cecilio del Valle, escrito con visión de futuro precisamente para un tiempo como este y para la generación de hondureñas y hondureños que pasamos del siglo XX al XXI y que nos enfilamos al bicentenario nacional en el 2021. El sabio Valle decía: “La moral es una… si no es lícito ofender a un individuo, tampoco será justo oprimir a un pueblo, si no es permitido hollar a un pueblo, tampoco será dado tiranizar un pueblo, millares de hombres harán esta reflexión, los que la hagan convencerán a los que las oigan, el convencimiento de millones formará una masa enorme de fuerza moral, y esta fuerza moral, ¿podrá cuando desarrolle toda su energía ser sofocada?…”. En concreto, Valle planteaba la construcción ciudadana centrada en el bien común y la ética, y ese es el desafió principal para nuestra generación en la búsqueda de la transformación nacional.

Los fundamentos del sueño hondureño yacen escondidos, pero tiene raíces que se nutren del imaginario colectivo. Por lo tanto, es deseable pensar en un sueño hondureño que capte la imaginación y la pasión por Honduras, aun en esa realidad que los medios de comunicación diariamente nos recuerdan: injusticia, pobreza, corrupción, violencia, desprecio por la vida y clientelismo político, no importa qué partido sea gobierno. Nuestros intelectuales y próceres nos heredaron ideas y ejemplos elocuentes como “La oración del hondureño”, de Froylán Turcios, el poema “Lo esencial”, de Alfonso Guillén Zelaya, y el ejemplo de vida transparente de José Trinidad Cabañas.

El sueño hondureño comienza por construir familias sólidas. Por reconciliar padres con hijos y hermanos con hermanas. Por fortalecer matrimonios maduros que sean un modelo permanente para sus hijos. El sueño hondureño pasa por la reconstrucción de valores desde la familia. Un sueño hondureño que se transmuta poderosamente en una visión de país, del país que deseamos y aspiramos pero que también se centra en los pequeños momentos y acciones de servir desde el lugar que uno ocupa.

Todos podemos propiciar una solidaridad a favor del prójimo y de Honduras. Y por lo tanto, ser parte del sueño hondureño que nuestros próceres, intelectuales y poetas nos legaron.

Un sueño hondureño que se construye por el respeto a la persona humana, la calidad del servicio público, la transparencia de la empresa privada, la vocación de servicio del gobierno, el logro del bien común por los partidos políticos. Una Honduras que está centrada en la justicia para todas y todos.

El sueño hondureño requiere ciudadanos activos que asuman con entereza y vocación de servicio su aporte al país centrado en sus propias comunidades. Si los hondureños a través de nuestra historia hemos construido una cultura de clientelismo político y servilismo, este es el tiempo de rectificar y edificar una cultura de valores y respeto al ser humano.

Necesitamos levantar ese sueño hondureño, edificando los muros de la integridad, y hacer que la integridad comience en casa. Los valores se trasmiten profundamente con el ejemplo del padre íntegro y en el amor abnegado de la madre y seguidamente se retransmiten de abuelos a nietos. Reconstruir ese ciclo de afecto fraternal e integridad es fundamental, mantengamos en mente que la educación de un niño --las futuras generaciones-- comienza 100 años antes de su nacimiento.

Seguramente, Honduras será transformada para que los hijos de nuestros hijos sí puedan vivir en un país de respeto, de meritocracia, de oportunidades, de seguridad, de libertad, de solidaridad y de justicia. El sueño hondureño se reproduce con y para las nuevas generaciones a fin que conozcan nuestra historia: lo bueno y lo malo. Lo banal y lo heroico.

Parte fundamental del desafío es que nuestra nación Honduras sí puede ser transformada radicalmente por el poder de Dios, como el Señor de la Historia y en consecuencia, por la participación ciudadana que trasciende inexorablemente a los partidos políticos y que se nutre de la solidaridad, de la imaginación y de la pasión de la gente en vivir la utopía.

Finalmente, el sueño hondureño nos debe unir y no separar. Las escrituras lo dicen “una casa dividida contra sí misma, no prevalecerá”. Un país no se puede gobernar con la mitad en contra, consecuentemente, requerimos una visión compartida de nación. Hagamos en pensamiento y praxis nuestra la oración de San Francisco de Asís en nuestra Honduras del siglo XXI: “Señor, haznos instrumentos de tu paz: Donde haya odio, pongamos amor. Donde haya ofensa, pongamos perdón. Donde haya discordia, pongamos unión. Donde haya error, pongamos la verdad…”.

En la Honduras del presente y en este futuro inmediato de incertidumbre y complejidad, el sueño hondureño yace allí y es nuestro compromiso ciudadano transmitir ese sueño a nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos para caminar tras esa tierra prometida: Honduras. Ese es nuestro sueño hondureño.