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El patriotismo de aprender a perdonar

Conversaba con unos amigos sobre el próximo 198 aniversario de nuestra independencia. Estamos cada vez más cerca del segundo centenario de esta fecha tan importante para nuestro país y es justo plantearse sobre el uso de esta herencia obtenida por nuestros padres.

Más que la pobreza económica y la dependencia de otros intereses extranjeros, para celebrar este aniversario sería necesario proponernos la superación de otras cadenas más profundas asentadas en el corazón y en el ánimo de los hondureños.

Después de hacer un rápido recorrido por las diferentes etapas de la historia reciente, los cincuenteañeros presentes pasábamos revista a diversos sucesos ocurridos desde los años ochenta y en la huella indeleble dejada en nuestro interior. Gracias a Dios, han sido muchos los aciertos y avances en estos años. Sin embargo, también descubrimos algunos rasgos en el interior de muchos hondureños que impiden la aspiración a la auténtica libertad.

“Para mí, las principales cadenas de las cuales tendríamos que liberarnos son el miedo, el pesimismo y la tendencia a la comodidad”, decía uno de los presentes. Otro mencionaba a la corrupción como uno de los principales males de nuestra sociedad. Por mi parte, además de lo anterior, se hace imprescindible superar las cadenas del resentimiento y del odio. Mientras no aprendamos esto seremos incapaces para abrirnos con
esperanza al futuro.

El odio esclaviza. Es un error en el presente que ata al pasado y lleva a rumiar una y otra vez el propio infortunio. Mientras no se supera, la persona resentida a causa de agravios reales o imaginarios se vuelve incapaz de confiar en los demás. El resentimiento encierra en una cárcel de individualismo, tristeza y falta de paz. La única ambición del que odia es abrir una y otra vez heridas agigantadas por la imaginación. El que bebe el veneno del odio lo hace pensando en dañar a otros, sin darse cuenta de que cada vez hace más grave su propia enfermedad.

Vaclav Havel, primer presidente de la República Checa, mencionó en una ocasión: “La salvación de nuestro mundo se encuentra en el corazón de las personas, en su humildad, responsabilidad y capacidad de reflexión”. En el caso de Honduras, me atrevería a añadir que la superación de nuestro país comenzará cuando aprendamos a perdonar y a pedir perdón, sin condiciones y con sinceridad.

Cuando tenemos la humildad de perdonar experimentamos la alegría de descubrir que ninguno de nosotros es perfecto y sin errores. Todos necesitamos segundas, terceras y quintas oportunidades. La unidad y reconciliación que tanto necesitamos comienzan por reconocernos necesitados de la
comprensión ajena.

Por supuesto, perdonar no significa echar en saco roto todas las enseñanzas y aprendizajes de estos años. Pienso, por ejemplo, en el necesario respeto a la
verdad y a la justicia.

Nuestras raíces cristianas nos facilitarán los recursos para practicar este perdón incondicional que ahora parece imposible. En lugar de condenar, propongámonos comprender. Los necios son capaces de criticar, condenar y lamentarse, y de hecho la mayoría lo hace. Pero para ser comprensivos y para perdonar hace falta grandeza de ánimo. Este es el regalo para Honduras que propongo en
este aniversario.