Columnistas

Dialogar con los que piensan diferente

Una de las satisfacciones de plasmar las propias ideas por escrito es encontrar opiniones y puntos de vista diversos al propio. No puedo negar el agrado que tengo de encontrar a alguien que concuerda con mi forma de pensar.

Pero, aunque a veces cueste, aplaudo a los lectores valientes que se atreven a expresar sus ideas contrarias a las mías. Esto me pasó en las últimas semanas cuando escribí artículos sobre temas de religión. Es comprensible; cada persona tiene su historia personal, sus puntos de vista y sus principios.

En una sociedad democrática no hay que temer a las opiniones discordantes. Un naipe solo es incapaz de sostenerse en pie, pero muchos contrapuestos son necesarios para levantar un castillo. Si las opiniones nacen de una postura honesta y respetuosa, con propuestas bien pensadas, lejos de constituir algo negativo motivan de mi parte una mejor preparación y estudio. A lo largo de los siglos, la cultura avanzó siempre que se tenía esta postura abierta para abrir la puerta al diálogo con los “extraños” a la propia forma de pensar.

A otro nivel, esto lo experimentó en carne propia Ozlem Cekic. En un video muy difundido por internet cuenta: “Nací en Turquía de padres kurdos. Nos mudamos a Dinamarca cuando yo era una niña pequeña. En 2007 me presenté a un escaño en el parlamento danés, como una de las primeras mujeres con antecedentes minoritarios. Fui elegida. Pero pronto descubrí que no todos estaban contentos conmigo, pues tuve que acostumbrarme pronto a ver mensajes de odio en mi bandeja de entrada. (...) Solo pensaba que los remitentes y yo no teníamos nada en común. No me entendieron y no los entendí”.

Desde su elección al parlamento su buzón de correo electrónico estuvo lleno de mensajes de odio. A muchos daneses se les hacía incomprensible cómo una mujer musulmana, de ideas tan distintas a las de la mayoría, había conseguido llegar a esa posición. Al principio borraba esos correos denigrantes. Pensaba que eran escritos por fanáticos. Un día un amigo le hizo una sugerencia inesperada: llegar a los escritores de estos mensajes de odio e invitarlos a tomar un café. Ella misma cuenta: “Decidí contactar al que más correos me había enviado. Su nombre era Ingolf. (...) Nunca olvidaré cuando me abrió la puerta de su casa. Y extendí la mano para estrechar su mano. Me sentí muy decepcionada. Porque no se parecía en nada a lo que me había imaginado. Esperaba una persona horrible, con una casa sucia y desordenada. No era así. Su casa olía a café que se servía en una vajilla de café idéntica a la que usaban mis padres. Acabé quedándome dos horas y media. Nos dimos cuenta que teníamos muchas cosas en común. Incluso nuestros prejuicios
eran iguales”.

Después de cientos de estas reuniones Ozlem descubrió cómo la conversación cara a cara puede ser una de las fuerzas más poderosas para desarmar
el odio.

Se requiere valentía para expresar con sinceridad las propias opiniones de forma respetuosa. También necesitamos honestidad para pensar por cuenta propia y formar un criterio propio. Pienso que en Honduras nos queda mucho por aprender. De momento, yo invité a tomar un café a algunos de los que comentaron mis artículos. Aunque aún no tengo respuesta espero poner en estas líneas las lecciones que aprenda de ellos.