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Los derechos de la gente invisible

Quizás por costumbre, era tan desatendida la presencia de las trabajadoras del hogar, que cuando se empezó a hablar de sus derechos hubo rostros de extrañeza, pensativos, irónicos. Es lamentable que a pesar de los años que llevamos discutiendo sobre esto lo que se ha logrado es parecido a nada, y ni siquiera simula ser un tema de interés público.

Claro, no es un trabajo cualquiera, porque la muchacha, como se acomoda el eufemismo, participa en la intimidad hogareña; puede conocer la prosperidad o la derrota familiar, los desencuentros, las alegrías. Hay testimonios de consideración o afecto entre empleada y empleadores o sus hijos; pero también de abusos y maltratos, y casi nunca de los derechos.

Todavía hay quien pregunta cuáles son esos derechos; fácil, los mismos de todos: salario mínimo, seguridad social, contrato escrito, delimitación de funciones, horarios, seguridad laboral, edad mínima, derecho de asociación, protección contra abusos y violencia, y un poco más, que incluso son parte de la realidad inconsciente de las propias trabajadoras.

Son muchos, poco más de 134, 000 personas hacen trabajos en el hogar, y como se intuye, la mayoría son mujeres (86%) que cocinan, lavan, planchan, barren y cuidan los chiquillos de otras familias; esa minoría de hombres (14%) entre jardineros, guardias y choferes, también están desprotegidos por un sistema que los hace invisibles a todos.

Asómbrese, en el maltrecho Seguro Social solo tienen afiliación ¡629 mujeres y 85 hombres! Eso solo es el 0.5% de todos los trabajadores domésticos de Honduras. Y el tal salario mínimo apenas lo recibe un 3.5%, sin olvidar el viejo y nefasto vicio de pagarles más los hombres, digamos que ellos ganan promedio unos 4,117 lempiras, y ellas 3,244.

Si pasa aquí, pasa en todas partes, así que la OIT (Organización Internacional del Trabajo) lo discutió allá en Ginebra, Suiza, en junio de 2011, y acordó el Convenio de trabajo decente para trabajadoras y trabajadores domésticos (C189) que entró en vigencia en 2013, y aunque nuestro país firmó el compromiso, aún no lo ha ratificado, y este sería un buen punto de partida.

Tantos datos que no caben aquí, pero los manejan organizaciones como CARE, para concienciar no solo a trabajadoras, empleadores, y a quienes toman decisiones, y se suman a otras expresiones terribles de trato injusto: explotación laboral con carga excesiva y a deshoras; violencia física, sexual, psicológica; el estigma de rateros y derrochadores.

Algunos creen que pagar los derechos dejará a cientos de familias sin posibilidades de empleada del hogar y muchas serán despedidas, pero contrasta inevitable con la valoración de la justicia para las trabajadoras. No es fácil cambiar viejos esquemas, anquilosados pensamientos, pero es tiempo de entender que el trabajo doméstico se extiende a toda la economía nacional, no puede ser invisible.