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El guerrero bárbaro y la UNAH

La historia es sugestiva: quizás a mediados del siglo VI, un guerrero bárbaro, lombardo, llamado Droctulft, asomó a las puertas de Ravena, el último bastión del implacable Imperio Romano; llegó para conquistar, asesinar, esclavizar, destruir, pero abrumado por la majestuosidad de la ciudad, la esplendidez de la civilización, decidió no hacerlo.

Droctulft vagó indeciso por las calles de Ravena, sorprendido por el empedrado, los cipreses, las plazas, los altos edificios de mármol, columnas y cúpulas magníficas, con las inscripciones en latín que su ignorancia bárbara no podía leer. Decidió no aniquilarla.

Recordé este episodio cuando los policías militares invadieron violentamente el campus de la Universidad Nacional, en persecución de estudiantes que defendían su queja a pedradas, y alguno con aparato artesanal ¿lanzaba bombas? Eso mostró la autoridad, además, que los jóvenes secuestraron impensablemente a un súper armado agente policial.

Ya habían invadido antes los policías, durante la época intransigente y caótica que rectoró Julieta Castellanos, y a pesar de todo, no estuvo en precario ni amenazada, como ahora, la autonomía universitaria, que en el mundo entero sirve para mantener la educación superior fuera del radar de los políticos de oficio.

A la invasión con tiros y gases tóxicos siguieron los ataques directos y extremos; argumentos como que la UNAH no tiene extraterritorialidad ni inmunidad, que no es un Estado dentro de otro, que no tiene soberanía, y necedades parecidas. Está claro de qué se trata la autonomía, la entrada de la Policía en flagrancia de un delito o los bomberos en caso de incendio ¡por favor!

Todo este conflicto atizado desde afuera deja al descubierto dos sospechosas y deplorables intenciones: intervenir la universidad o cerrarla. Aunque algunos no se cortan para pedir esto públicamente, todavía no hay certeza de quiénes utilizan estas malas artes y con
qué propósitos.

Los estudiantes pueden aprovechar los vestigios de luchas recientes y participar en las elecciones estudiantiles, integrarse a los órganos de gobierno universitario, redituar la silla del diálogo, y juntar esfuerzos para defender, junto a parte de las autoridades, el asedio incesante desde afuera.

El bárbaro Droctulft no quiso destruir, y sus compañeros invasores lo conminaron y abominaron: luchó contra ellos y murió por defender lo que había querido desolar, la ciudad donde adivinó una inteligencia inmortal, según cuenta Borges en su fantástica “Historia del guerrero y la cautiva”.

Cuando concebimos la universidad como estadio máximo de la ciencia, el arte, el conocimiento, el pensamiento, la cultura, resulta un contraste áspero que haya paralización y tomas todas las semanas; es descorazonador el intercambio de bombas lacrimógenas y piedras; y un espectáculo grotesco militares en el campus. Que en la mesa se den la paz y
la palabra.

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