Columnistas

Gracias, cachos

Son ustedes estupendos! Lo que no lograron en una centuria tres generaciones de panfletistas, educadores y revolucionarios —agitar la conciencia política hondureña— lo obtuvieron ustedes en diez años… Juvenal, Pestalozzi, o mejor —por lo sociológico— Engels, Lukács, Ingenieros y Vasconcelos envidiarían el método de masivo impacto con que ustedes reeducaron en una década la mente nacional y la condujeron a un espléndido despertar del conocimiento y a desarrollos pasmosos de análisis, crítica y reflexión, como no hubieran conseguido cien escuelas o madrazas dedicadas a estudiar la ideología, la historia de las naciones, la lucha de clases y el desafío que se da en el orbe entre quienes procuran el poder para robustecer al Estado de derecho y quienes con sus recursos medran, lucran y se corrompen, que eso son ustedes.

Son maestrazos del arte del mal, a tal grado que se dividieron ustedes mismos, cual mitosis celular, pues hoy es universalmente entendible que no todo nacionalista es cacho —cachureco, por el cuerno vacuno que los conservadores usaban para congregarse contra Morazán— sino que, los nacionalistas honestos se avergüenzan de la maldad acaso congénita que los caracteriza, su reacción insomne a todo lo que es cambio y evolución, al despertar y avance de las sociedades, su apego a los dogmas, el credo y lo supersticioso, en fin, a todo aquello que, con excepción de esto último, es beneficioso al humano. Ya que basta que surja una teoría que aspire al bienestar de las masas —¡ah, masas!, concepto comunista—, del pueblo pues —¡peor!, satanismos de Marx— y se les cae el alma al suelo. Los cachurecos sueñan con el retorno de la oscuridad medieval pues allí era fácil dominar y explotar al hombre. Añoran la filosofía escolástica, erizada con mitos, falsedades e interpretaciones erradas del cosmos, así como dependiente de voluntades extra naturales. Se inundan la boca con la palabra “orden” pues por ella aplican palo y garrote; hoguera como en calendas antiguas o bala como hoy contra quien osa otra concepción del mundo que no sea la rígida, esquemática y “ordenada” de su invención. Peor, son asquerosamente ladrones y cínicos, tan crueles que malversan los recursos del pobre, tan avariciosos que sus manos cleptómanas ensucian los espejos del porvenir. Gracias por abrirnos los ojos. Hubiéramos tardado siglos para descubrir la voluminosa capacidad de engaño que practican; el dolo con que mienten sin palidecer o con muecas de lobo; su voracidad infinita pues no les bastan cien millones de malversación, robo y sobornos sino todas las fortunas del orbe, son más ambiciosos que un imperio. Nunca creímos que se atrevieran a violar de tal modo la ley, para cuyo delito sumaron viles méritos: rompimiento de la Constitución, fraude electoral, imposición, autoritarismo y dictadura. Eso para no citar los crímenes que cometen —chantaje, extorsión, secuestro, asesinato y represión—; son la hez de la república. Con todo debemos agradecerles la iluminación. Excepto por sus cómplices, en este instante no existe en Honduras un solo ciudadano que ponga en discusión la inconveniencia de que prosigan gobernando y hacia allá marcha la historia, sin duda que a su deseada y definitiva extinción.