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El tasón: obscuro objeto del deseo

a tendalada de muertos que aparecen todos los días, tirados el margen de la ley bajo la sombra de la impunidad, nos da la infame razón de que estamos en el centro de una guerra social sin precedentes en la historia de este país.

Esta patria vive permanentemente a la deriva en la cresta de una ola de asesinatos, extorsiones, violaciones y una cadena de delitos hacia los ciudadanos, que son portadas en los periódicos y en las alertas amarillistas que desgarran los informativos. Solo en las últimas 24 horas se registraron alrededor de 25 personas muertas de manera violenta en diferentes partes de la nación.

Mientras eso pasaba, las autoridades civiles muestran el pecho encendido de ímpetu pletórico en los discursos oficiales y nos dicen con una pasmosa serenidad y tranquilidad de adivino ciego: “Honduras vive en un clima tranquilidad”.

En esta danza macabra de matanzas se sacaron de la manga los genios de la seguridad un novedoso y “efectivo” invento: la tasa de seguridad. Con esta maravilla obtenida en algún número de circo, nos vendieron esa utópica ilusión en una tarde aciaga en el Congreso Nacional, el 24 de junio de 2011, mediante decreto ejecutivo 105-2011, que tuvo más de cinco reformas, con el propósito de ajustar hasta los últimos detalles a fin de evadir los agujeros de la ilegalidad.

Desde ese momento hasta hoy, hay un derroche de excusas y dineros absorbidos en una telaraña de contrataciones directas y compras de emergencia, además de una canalla politización de los fondos del tributo, donde la mayoría de caudales se concentraron en la Policía Nacional y el Ejército, al igual en arreglo y construcción masiva de parques multiusos en las ciudades más importantes del país, que, por cierto, fueron inauguradas muchos de ellos en las campañas políticas.

Pero los muertos siguen apareciendo, los asaltos son ya parte del entorno, los empresarios ya tienen como un gasto corriente en su talonario de presupuestos, el impuesto de guerra que cobran a total luz de la injusticia. Las bandas delictivas están en una implacable ofensiva contra la sociedad con una violencia intensa y persistente.

Ese gravamen no ha servido, porque este pueblo registra uno de los índices de homicidios más elevadas del mundo y sus cárceles están entre las más saturadas y en condiciones sobrehumanas. Con esa proporción deberíamos ser Disneylandia. ¿O será que nuestra lectura está errada?, y se está usando estos escenarios violentos para una política de seguridad con fines electorales que buscan satisfacer la demanda ciudadana con tal de tener paz y libertad.

Sabemos que el gobierno usa persistentemente las mismas estrategias, ha cambiado de contextos y de jefes; sin embargo, la incertidumbre ha continuado en medio de las detenciones masivas. La reclusión de peligrosos criminales, así como la militarización de los tejidos policiales se han convertido en la estrategia frente a la violencia, bajo el mando de las mismas tácticas que ya no cuadran en las estadísticas escandalosas de la escalada homicida. El tasón: los que tocamos fondo somos nosotros