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El desastre del Barça y otros problemas nacionales

El martes fue terrible para la afición del Barcelona: cuatro pepinazos, fuera de la Champions; aquí se vivió como si tal, porque es parte de la globalización, de ese comercio mundial que el fútbol integra perfectamente como negocio, y nosotros, subdesarrollados y desindustrializados solo vemos desde lejos.

La “aldea global” que predijo el filósofo canadiense Marshall McLuhan en los sesenta, fue pensando en la sociedad de la información, en esta interconexión mundial que tenemos ahora de televisión, internet, redes sociales, que todo lo hace local, como el fútbol, y lo que conviene a quienes dominan la globalización comercial, financiera, cultural.

Digamos, quien pudo, almorzó durante el partido con arroz, frijoles, tortillas, pollo, cerdo; una ensalada con tomate, lechuga, pepino. Casi la mitad de ese tentador plato es importado. No podemos, no tenemos, la capacidad para producir siquiera lo que consumimos. Eso nos encarece la comida, la escasea, la limita.

Hay razones infranqueables que tullecen los programas de seguridad alimentaria de oenegés y gobiernos, mientras los platos siguen vacíos.

La combinación ha sido fatal para los mismos de siempre: los pobres; una política estatal insuficiente desde hace décadas, y una envilecida liberación comercial mundial, que solo beneficia a los países ricos.

Los organismos internacionales prohíben a países como el nuestro, que subsidien la producción agrícola, nada de darle dinero a agricultores, ganaderos, avicultores; sin embargo, aceptan que los gobiernos ricos financien las exportaciones de sus productos, que se venden aquí más baratos, y los productores nacionales no pueden competir, se asfixian.

En Estados Unidos los agricultores tienen influencia, sobre todo entre los republicanos, y la Ley Agrícola permite subsidiar la producción de maíz, arroz, soya, frijoles, carnes, etcétera, incluso comprando excedentes y asegurando cosechas. Otra parte de la ley, que manejan los demócratas, otorga bonos alimentarios a la población pobre. En todo quizás son 80 mil millones de dólares.

Los europeos, devastados por las guerras, crearon la Política Agraria Común, para asegurar los alimentos de todos; en los ochenta resolvieron, pero el subsidio continúa, hasta 55 mil millones de euros anuales, ahora dicen que para motivar prácticas agropecuarias limpias y mantener el interés de los ciudadanos en el campo.

El Banco Mundial y otras organizaciones insisten en que si Estados Unidos y la Unión Europea dejaran de subsidiar su agricultura, echarían una tabla de náufrago a economías como la nuestra, y aunque el tema es recurrente en las rondas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), sigue igual.

De modo que si los bien pagados Messi, Salah, Mbappé o Cristiano siguen comiendo productos subsidiados, a pesar de la globalización, nosotros seguiremos fuera de los torneos internacionales del comercio y el desarrollo, solo viéndolos por televisión.