Columnistas

La resurrección de la conciencia

En esta Semana Santa se abren las calzadas a fin de caminar con los pies firmes, siguiendo las huellas de aquel Hombre que hace más de 2,000 años vino a morir con el objetivo de vencer esas malas voluntades de algunas personas y que aún permanecen en nuestros días. No aprendemos de la historia, ya que los políticos se aprovechan de tal situación y cargan en sus espaldas actos de paupérrima moral, que matan cada día al desamparado.

Hoy, si el Mesías viniese a morar entre nosotros, lo golpearíamos, le robaríamos el pan y los peces que cargaría en su morral, lo dejaríamos agónico en la calle, a pedradas lo mandaríamos al hospital público o al IHSS a que termine de sucumbir, sin médicos ni medicamentos, para que una mala praxis lo mate.

Si Jesús nos diera el sermón de la montaña una vez más con su palabra, que en aquella poca transformó corazones hostiles y estructuras romanas, judías, fariseas, legalistas, en esta poca nadie lo escucharía debido a que la arrogancia vuelve sordos y mudos a los que ostentan el poder y a esos políticos dueños de las togas que se embriagan con el vino pagano de la injusticia.

Lo crucificaríamos porque alguien que nos predica la verdad y toca corazones nos incomoda, nos espanta la miserable condición de ególatras que tenemos. Jesucristo fue una piedra enorme y fuerte para aquellos que se creían poderosos fariseos. Lo mandarían a matar con sicarios, lo ejecutarían los señores de la droga y los varones del dinero, le pondrían precio a su cabeza, lo exhibirían en las redes sociales, lo descalificarían y le dirían vendido y servil al sistema, por predicar con sabiduría y no con injurias.

Jesucristo fue tenaz, coherente, transparente, de una predicación aguerrida y aun así soportó el terrible embate cuando en plena oración le dijo al Padre: Si es posible, que pase de mí este cáliz de amargura, que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya, o cuando estaba en la cruz: Padre, por qué me has abandonado. Vimos a un Redentor humano sin dejar de ser Hijo de Dios, sin aspirar a ser pastor de iglesias, ni apóstol en la administración financiera, sin querer tener el infame ego de autoproclamarse reverendo, ni diputado, ni candidato a nada.

Sin embargo, fue, es y será vendido por los miles de Judas rapaces de la miseria y la corrupción, por los miles de Pedros aventureros de la política, que le niegan la certeza y la solidaridad a los humildes y por los miles de Pilatos que se lavan las manos de sangre y dinero sucio en nombre de la democracia hondureña.

La Semana Mayor terminará en los espíritus nobles, sinceros y se producirá la gloriosa transformación al Señor, que ojalá ilumine el sendero del bien que debemos recorrer con miras a tener un país limpio de mafiosos y corruptos, con derechos humanos para toda la ciudadanía, pleno de rectitud e igualdad. Después de eso, de su segunda venida y muerte, entonces ya no habrá tres días sino que, en el mismo instante de nuestra fuerza y fe, será la resurrección de la conciencia