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¿Seré yo, Maestro?

A propósito de la Semana Mayor del cristianismo, en que los esfuerzos por conmemorar respetuosamente las horas culminantes de la vida del Redentor chocan frontalmente con las tendencias del modernismo desvalorizado, llama la atención el lamentable hecho de que el sentido de los valores de nuestra sociedad se ha ido rápidamente disipando, de tal manera que ahora se hace difícil distinguir entre el bien y el mal, entre lo moral e inmoral, lo legal e ilegal.

Esta distinción no tiene, para muchos, la menor importancia, de allí el surgimiento aparentemente indetenible de la corrupción, el atraso, la violencia y otras calamidades sociales.

Este deterioro de los valores se logra identificar, de manera palpable, en el comportamiento de ciertos connotados personajes en todos los sectores más relevantes de la sociedad; pero, sobre todo, en la conducta política, comercial y empresarial poco respetable de reconocidos personajes de nuestra farándula criolla, sin escaparse otros campos sensibles como la religión, el deporte, la emergente sociedad civil organizada, etc.

Cuando escuchamos las eternas palabras que anualmente se repiten en las ceremonias religiosas, proferidas por Cristo o alguno de sus apóstoles, en aquellos días amargos de la captura y crucificción del Señor, nos preguntamos: ¿No han sido suficientes 2000 años para que la humanidad entera digiera las enseñanzas del Redentor? ¿Cuántos siglos deberán transcurrir para que el mundo encuentre esa verdad y con ella alcance la mejor vida proclamada por Jesucristo?

En nuestro cotidiano análisis del acontecer político, nos encontramos con los estribillos desgastados de algunos altos funcionarios del régimen, atribuyéndole, de forma grosera, al “empresario hondureño” la responsabilidad por la profunda crisis en que se debate nuestro pueblo.

Tan fácilmente soslayan los transitorios zares de la administración que el empresariado no está constituido solo por la gran banca, la industria exportadora o el gran comercio. Esa tendencia de acusar a los empresarios del desastre no es nueva; en un tiempo se desacreditó a las asociaciones campesinas deudoras de la antes Banafon y ahora Banadesa por la supuesta quiebra de estas instituciones.

Se descubrieron las funestas listas de los verdaderos morosos encontrando responsables a políticos, parientes, ahijados, concubinas o novias de gorgueras que habían sustraído créditos dolosos para no pagarlos y luego ser condonados por decreto.

Ante esta perversa artimaña, una manera cínica y desvergonzada de pretender ocultar el bulto de la irresponsabilidad, todo el mundo se hace el papo preguntándole al pueblo crucificado “¿Seré yo, Maestro?” para ver si este cae y termina absolviendo a los verdaderos culpables.