A diario nos topamos con mentirosos, y molesta que se salen con la suya casi como si no hubiera nada ni nadie que los detenga en su afán despreciable, que por subsistir se vuelve costumbre. El mentiroso acredita sus falacias cuando tienen un tronco donde rascarse, peor aún si los mentirosos son el tronco mismo o tienen “poder”.
El poder del mentiroso se da cuando tiene facultades sin tener habilidades, cundo se salta bardas sin autorización, pero, ¿cuál es el poder que al mentiroso le hace salirse con la suya? ¿Es el lugar que ostenta sobre los que deben cargar con su mentira? O el poder es más bien quienes callan ante su farsa, e incluso los que hacen eco de sus palabras desventuradas.
La mentira es privilegio de pocos que envenena temporalmente la justa verdad de muchos que buscan bien común, bienestar y tranquilidad. El mentiroso es criminal que envenena la veracidad del franco, y este último sin saberlo, tiene su mejor antídoto en la libertad. En filosofía cristiana, queda claro que la libertad, como libre voluntad para escoger el bien o el mal, nos permite evidenciar al falso. La mentira viene desde prácticas familiares involuntarias o premeditadas hasta el debate público con manipulación informativa, siendo en muchas ocasiones hasta un poderoso fermento de cálculos jurídicos y vicisitudes políticas.
“Pinocho es el rostro amable de la mentira”. Al mentiroso sólo es que le falte cálculo para que sea descubierto, y mientras haya libertades habrá antídoto para evitar que el veneno del mentiroso le siga dando provecho. En Semana Santa hay quienes van a iglesias y peregrinaciones, mostrando más su nariz crecida que su fe arraigada, estos son los que quitan la esperanza y dejan victimas en la sociedad. Si queremos ayudar a Dios seamos voluntarios para luchar contra males como la corrupción y la mentira, que haya luz del espíritu santo y que haya luz para evidenciar al mentiroso.