Pareciera que en estos tiempos, desde más antes y seguro más después de esta Cuaresma, el avivamiento de la fe entre los cristianos, católicos y protestantes, hubiera crecido en forma exponencial.
Las iglesias se llenan, unos a otros se expresan bendiciones y la práctica de todas las formas de religiosidad es cada día menos sutil y mucho más ausente del “interior de los privados aposentos” para pasar a dar la impresión en no contados casos, de otra sospechosa forma superlativa de exhibicionismo.
Pero ha de ser solo la impresión. No se puede juzgar la búsqueda de cercanía con el Altísimo, por más tendencia al pecado que sea evidenciada, más bien es encomiable y digna de admiración, del apoyo filial de quienes entre ellos se llaman hermanos.
Algo que puede generar cierta duda. Quién sabe si algunos de tantos “hermanos” en situaciones límites estarían dispuestos a hacer por otros lo que sí harían los hermanos de verdad, los de la misma sangre.
Son dudas que no deben ofuscarnos, menos sembrar la inestabilidad espiritual que a nadie beneficia. Cada día la gente parece más devota, como si el Espíritu Santo hubiera depositado en ellos el Don de Piedad que les induce la búsqueda de las cosas santas, sin límite de ninguna naturaleza.
La inclinación profunda al servicio de Dios y el recogimiento que pareciera dar muestras de una espiritualidad propensa a la santidad que tendría que hacer de este mundo un paraíso. Pero no lo es. Cada día nuestra sociedad se degrada más.
No es lógico con tantos supuestos hombres y mujeres de Dios. Se vive un odio creciente. Personas públicas como privadas al mismo tiempo invocan al Todopoderoso que vomitan maldición hasta a inocentes para terminar maldiciéndose sin enterarse ellos mismos.
En el camino enferman tantos corazones sometidos al influjo de su negatividad. Hipocresía y cobardía, los peores bastiones del pecado, están minando nuestra Honduras. Hay que volverse a Dios, en espíritu y en verdad. Al menos que respeten en esta Cuaresma