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Carta al Santo Padre

Con la fe de Ester y la convicción de David entregué la carta personalmente al papa Francisco, ya que con mucho ahínco y devoción la escribí. Era una mañana del 4 de marzo y la audiencia ya estaba programada con el Santo Padre. El mensaje decía así:

Querida Santidad:

Reciba un cálido saludo en el Señor y sepa que mis oraciones están siempre presentes hacia su persona, así como a la población hondureña que últimamente está pasando malos tiempos. Déjeme decirle que vengo de un pequeño país sembrado con esperanzas e ilusiones del hombre de campo, la sencillez de su raíz y la humildad de la luz que Dios nos dio como claridad para vivir, allí se encuentra Honduras en el centro de la región centroamericana, donde ha sido sometida al largo y duro camino de los años en un laberinto moral que estamos viviendo a causa de malas decisiones y que es rehén de la peor corrupción e impunidad en la orilla de un abismo de miserias y angustias apretadas en las 5 estrellas de la nación.

Se han dado pasos importantes y se ha llevado a juicio a muchos corruptos, que han sido “purificados” con la gloria de una ley hecha exclusivamente para los que las rompen e infringen las normas sociales; sin embargo, sabemos que hace falta mucho por hacer en este pueblo que siempre ha sido fiel a sus dogmas de fe.

Por otro lado, en el Evangelio de San Lucas narra que la figura del administrador que despilfarra los haberes del patrón y que, una vez descubierto, en lugar de buscar un trabajo honesto sigue robando con la complicidad de los demás. “Un verdadero grupo de corrupción” fue la definición que dio usted en una de sus homilías, aludiendo a los acontecimientos de nuestro tiempo. Así es y ha sido Honduras en los retazos de paz, democracia y escasez que le ha tocado vivir en estos últimos periodos. Santo Padre, con todo el respeto de su investidura moral y espiritual deseamos encarecidamente instituir bajo su oración “una misa contra la corrupción y la impunidad en una jornada de oración cada año”.

Su Santidad, que ocupa la silla del glorioso pastor San Pedro, cuyo vicario es usted y estandarte de las voces apagadas por el miedo y la desesperanza; con su voz y la de Dios seremos liberados de nuestras guerras y calamidades de la corrupción y estragos de la impunidad. Al igual que con su voz los derechos humanos tendrán la libertad de ser sacado de la oscura noche donde los corruptos han hecho una fiesta con el bienestar de la gente, que hoy se debate en la necesidad y ellos en la opulencia del manejo indebido del erario.

Esta nación noble donde la prosperidad y la paz ha sido drenada de su sangre por mujeres y hombres perversos que la han devorado. Su misa, Padre, la esperamos todas y todos los servidores de Dios.

Que el Señor le bendiga, le guarde y derrame sobre usted el bálsamo de paz y la fuerza del espíritu. Un abrazo de fraternidad.