Columnistas

Admiré la valentía y arrojo de Hugo Chávez, su disparada capacidad para enfrentar cualquier desafío que concerniera a Venezuela y, por ende, su moderno nacionalismo casi feroz. No cabe duda de que la CIA lo contaminó y eliminó, no sería la primera vez. E incluso, como he contado previamente, es probable que sea este humilde (y en aquel momento tembloroso servidor) uno de los pocos hondureños que dialogó con él en su programa semanal televisivo “Aló Presidente” (número 351 de Febrero 7, 2010).

Chávez manaba honestidad e intelecto, aunque no fuera intelectual, cosa que incomodaba a los “intelectuales”, a quienes costaba aceptar, en principio, que un “chafa” tuviera superior capacidad que nosotros para analizar y provocar a América. E pour se muove; sin embargo ocurría.

El socialismo del siglo XXI que modalmente instauró dio que pensar al mundo, no porque estuviera teóricamente sustentado sino porque sus principios de libertad, equidad y soberanía patria americana eran prácticos, indudables y sostenibles, y si no hubiera sido porque lo inspiraba cierto romanticismo de izquierda hubiera podido titular su movimiento “ética del siglo XXI”. Lo que faltaba en academia le sobraba en razón… Chávez fue cien por ciento superior a los mamarrachos folclóricos que luego hicieron crítica de él.

No por cierto igual con su discípulo sucesor, a quien Latinoamérica le reclama haber tenido en las manos la riqueza mayor del planeta y haberla mal empleado; hoy es tarde. La cantidad de errores de índole económica cometidos por Nicolás Maduro y su gente está pasándole cuenta y si no logra superar este bache de crisis que sufre se va y el ejército lo sustituye por otro, ojalá tan nacionalista como él aunque mejor ilustrado. Los próximos meses dirán lo que dirán.

Pero de allí a que el apetito norteamericano y de varias naciones de Europa con antecedentes imperiales asuman el derecho de mandar lo que políticamente debe suceder en Venezuela hay distancias catastróficas. Pues ¿de cuándo acá se le dan mandatos y ultimátum (ultimata) a un gobernante soberanamente electo? ¿Cómo es que la estúpida soberbia del pináculo de la cultura que es Europa se siente cómoda —moralmente cómoda— como para reconocer cual presidente a un gato pardo a quien cierta tarde se le ocurrió declararse gobernante de la república sin más ni más, sin respaldo alguno, sin votos, sin elección…? ¿No es eso un síntoma profundo e irrebatible de patología de superioridad, que considera a Latinoamérica no sólo patio trasero sino estercolero salvaje de la civilización, redil de mestizos, herencia de esclavos, cosa menor? ¿Es por eso mismo que validaron el fraude hondureño de 2017 y sustentan al actual dictador? Vendrá un día en que se les cobrará caro.

¿Qué tal si le da a un neonazi alemán por alzarse en la plaza y declarar su derecho bastardo e ilegítimo a presidir el Reichstag o la cancillería, en vez de doña Merkel? ¿Sería aceptado…? ¿O a los anarquistas por pasearse triunfantes en Campos Elíseos, o a un independentista barcelonés anunciarse mandatario desde La Rambla?

Cuánta vergüenza, qué tristeza, sumo dolor observar que a los que por siglos hemos admirado se comportan como la petulante clase que administra al egoísmo de la tierra… ¿De qué les sirvió haber ascendido desde la miseria humana a la revolución industrial, haber aprendido, a costa de propio sufrimiento, la validez de los derechos humanos inspirados desde el Iluminismo? ¿Veinte millones de seres murieron durante los pasados siglos, en guerras, para ahora despreciar lo que la sangre conquistó?

Cuán mísero aprendizaje, ejemplo de nada…