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Honduras como sociedad líquida

Alguien dijo por ahí que parecía como si abrieran bulto, aunque se refería a esas tiendas de los centros comerciales, en los “malls”, que presumen sus nombres y sus marcas internacionales; en larguísimas filas los clientes revolvían en mesas y guardarropas, camisas, pantalones, suéteres, camisetas, calzado. No es que hubiese ofertas irreprimibles, era solo que la gente estaba loca por comprar antes de Navidad.

Este consumismo desbordado evidencia la sociedad líquida, volátil, atrapada en lo provisional, lo desechable, lo material.

Es obvio que no pasa solo en Honduras, y el término fue elegido por el sociólogo polaco, radicado en Inglaterra, Zygmunt Bauman, remitiéndose a los tiempos actuales en que las personas sobreviven bajo una incertidumbre atroz, porque todo dura poco y nada dura mucho, incluidas las relaciones humanas.

Pensándolas bien, algunas cosas parecen absurdas, por ejemplo, comprarse un nuevo celular aunque el anterior funcione bien; el pretexto: más memoria, doble cámara y esa cantidad de megapixeles. Puede costar dos o tres salarios mínimos, y pagarlo aplazado en tres años, aunque solo dure dos. Hay que comprarle un protector y vidrio templado, por si se cae. Esconderlo en el bus y en el taxi, y llevar el alma en un hilo en las peligrosas aceras, ya se sabe, la delincuencia. Al final olvidamos que en esencia el teléfono es solo para hablar.

Esa sensación de fragilidad del celular, efímero, temporal, se extiende a toda la realidad que nos rodea, como decíamos, incluidas las relaciones humanas. La solidez se desvaneció, ya nadie tiene un trabajo en el que espera durar hasta la jubilación, o vivir en la misma casa para siempre, y hasta los matrimonios se pactan, que si no funciona habrá divorcio y vuelta a empezar: el amor líquido, la vida líquida.

Bauman habla de esto en su obra “Modernidad líquida”, y explica que los tiempos veloces y cambiantes crean una situación de precariedad en el individuo, en su relación con las cosas, con las otras personas y consigo mismo; todo es cambiable, incluso él, y esto le genera un miedo imbatible de fijar algo para siempre. La exigencia de flexibilidad, listo para el cambio, lo mantiene en un estado líquido, como el agua, que cambia de forma según donde esté.

Esa perpetua inestabilidad afecta la identidad de las personas que, sintiéndose desechables, empiezan a valer por lo que tienen o poseen, rodeándose también de cosas provisionales. Decía Bauman que los jóvenes sufren una devastación mental y emocional, cuando entran al mercado laboral como una carga y no como un contribuyente de la sociedad; y los que ya tienen trabajo viven bajo una constante posibilidad de perderlo.

Si ya existe una precarización laboral por la globalización, la inseguridad social y la flexibilidad laboral, la liquidez de la sociedad conduce al individuo a un mundo provisional, necesitado de novedades y a la búsqueda de satisfacciones inmediatas en el consumismo; ¿quiénes aplauden?, las tiendas, porque la gente desesperada compra y vuelve a comprar, porque lo nuevo rápidamente es obsoleto: que un tele más grande, que un equipo de sonido moderno, que la cama está vieja, que ya aburre con los zapatos y que el carro falla mucho, cosas así. Nada es sólido ni para siempre.

Hay una forma de sobrevivir a la sociedad líquida: aprenderla, conocerla, ser conscientes de ella, para confrontarla, superarla y desclavarnos.

Fácil no es. Un día volveremos a ser compañeros de trabajo, no competidores; valdrán mucho la honestidad, la puntualidad, el respeto, el abrazo, una cita; y será un escándalo cambiar de partido político o de equipo de fútbol.