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La transmutación del becado en Taiwán

Me hubiera gustado de joven estudiar en la Universidad Nacional de Dong Hwa, no por su paisaje de postal, con lagunita para kayak, extensas áreas verdes del profuso entorno natural o los imponentes edificios clásicos que se ajustan a los modernos; ni porque entre sus diez mil estudiantes, casi mil son extranjeros de cincuenta países (varios hondureños), dan la oportunidad inmejorable de conocer otras gentes, costumbres, culturas y ambientes. Tal vez no hubiera querido solo porque su ciudad, Hualien, a 166 kilómetros de Taipéi, tiene playa y verano, o porque algunos ahorritos, dando clases de español o fútbol, permitan una vueltita por Japón o Corea. O porque podría titularme en ingeniería, licenciatura, maestría o doctorado en Psicología, Biología Marina, Computación, Literatura, Física, Negocios, Música y Finanzas. Quizás hubiera agradecido lo que veo en los alumnos, que ampliaron su cosmovisión, aprendieron otros idiomas, tecnologías, sabores, ritmos, filosofías y algunos se convirtieron en mejores personas.

Taiwán, aparte de toda la cooperación económica y técnica a nuestro país, ha dado becas completas de estudio a más de 400 hondureños, muchos ya están de regreso aplicando sus conocimientos y su experiencia para ayudar a levantar Honduras; otros todavía están allá, nostálgicos, pero descubriendo que no solo lograrán un título universitario, sino otra forma de ver la vida, una transmutación que a lo mejor hubiera sido difícil conseguir de otra manera. Cuando nos hablaron de visitar la Universidad Fo Guang, budista, cerca de la ciudad de Yilan, más de uno pensó en antiguos templos de madera y piedra, difuminados en un cerro. Nada que ver. Sí está en una ladera, como tiene que ser, pero en edificios modernos, cuya construcción se acopló al dominio montañoso; cohabitan en sus predios águilas, mapaches, perdices, los traviesos monos macacos y la protegida urraca azul de Formosa. El paisaje forestal y la paz abrumadora que rodean allí invitan al autodescubrimiento y la búsqueda del conocimiento. Dan ganas de quedarse. Una monja budista nos mostró con modernos equipos electrónicos las características de este centro, que traduce su nombre como “Universidad de la luz de Buda”, es privada y admite alumnos que no pertenezcan a su religión. Enseñan humanidades, sociología, artes y tecnología. Hace poco los visitó Mo Yan, escritor nacido en China continental y Premio Nobel de Literatura en 2012.

Este respeto por la educación, esta pasión por la sabiduría, ¿serán la diferencia entre nuestra pobreza desoladora y su riqueza sorprendente? Taiwán cabe tres veces en Honduras y hace setenta años estaba en ruinas; este salto lo hizo su gente disciplinada y respetuosa, sus gobiernos visionarios. Nuestros números rojos ni siquiera se pueden comparar con su economía boyante, su paz, seguridad ciudadana y justicia social, que otro día contaré. Una vez almorzamos en un hotel cinco estrellas de Taipéi, con su ritual de comida, siete platos, té; pero más grande que el comedor, que la recepción, que otros salones, tienen una inmensa biblioteca, con butacones modernos y un techo acristalado para mejor luz. Sus clientes toman cualquier libro para pasar un rato leyendo; lástima no conocer los caracteres del idioma chino mandarín y conformarse con hojear la Enciclopedia Británica. También nos dimos una pasadita por la Exposición Medicina y Tecnología; las universidades presentaban investigaciones en microcirugía reconstructiva, una cama que monitorea la condición del paciente, las cámaras de alta resolución para el quirófano o un aparato de ultrasonido portátil que el médico conecta al celular o tableta para ver qué tenemos adentro. Un día nosotros también saldremos de este pozo profundo del subdesarrollo; no precisa milagros, solo educación, o mejor con mayúsculas: EDUCACIÓN.