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Conversaciones con estudiantes

El jueves 29 de octubre asistí a la graduación de la XXIII promoción de bachilleres del Centro Escolar Aldebarán. Al participar en la entrega de títulos y al saludar personalmente a cada estudiante, vinieron a mi pensamiento diversas conversaciones mantenidas con algunos de ellos en estos años. La historia comenzó cuando cursaban el sexto grado y yo entré a la escena como profesor de religión.

En educación todo cuenta. De forma positiva o negativa, aunque si existe cariño por los jóvenes, hasta los sucesos que alguno podría ver como retrocesos se pueden encauzar para formar. En una de las clases, por ejemplo, recuerdo que uno de los estudiantes de forma inesperada comenzó a llorar desconsoladamente. Cuando hablamos a solas, me comentó sobre una visita de solidaridad que habían hecho ese día a las salas de los niños con cáncer. Uno de sus compañeros, más inquieto e irreflexivo, intentó gastarle una broma a uno de los pacientes. El desconsolado estudiante pudo frenar la situación y aprovechó para hacer ver a su compañero su falta de sensibilidad con los que sufren. Después de ese incidente, me di cuenta cómo esas palabras eran justo lo que necesitaba ese alumno inquieto para enmendarse.

A veces, sobre todo en la adolescencia, una de las mayores dificultades en el proceso educativo es la falta de entendimiento de los padres con los hijos y viceversa. Es el momento de saber comprender la rebeldía propia de los adolescentes, como parte de un proceso natural de autoafirmación y del desarrollo de la propia personalidad. En esta línea, recuerdo las frecuentes conversaciones con otro estudiante que tenía ciertas dificultades en el trato con sus padres. Puede comprobar cómo el esfuerzo sincero, de ambas partes, por acercarse y conversar convirtió esa dificultad en una increíble oportunidad de mejora y maduración.

Son solo dos ejemplos de múltiples situaciones vividas en estos años. Al ver el camino recorrido, no necesariamente siempre en ascenso y en línea recta, descubrí que en educación no existen fórmulas mágicas que aseguren el éxito de la formación. En todo caso, se puede mencionar que es una labor paciente que toma largos años y en el que intervienen numerosas personas. En primer lugar los padres de familia, pero también, lo que para mí es el mejor recurso pedagógico que existe: docentes interesados en la mejora verdadera de cada uno de sus estudiantes. La convivencia ordinaria que tienen entre sí padres, docentes y estudiantes es lo que va consolidando la formación que se imparte por diversos medios.

Me produjo gran alegría el discurso de un exalumno de la promoción del 2001, egresado de Harvard. Tuve el gusto de darle clase de antropología cuando estaba en su último año de colegio. En su emotivo discurso, les animó a ser hombres de bien, esforzados, que buscan a Dios ejercitando las virtudes. Al escuchar estas palabras e ir recorriendo con la mirada a los actuales graduandos, comprobé que, en efecto, son jóvenes de carácter, con afincados hábitos de trabajo, sinceros, buenos amigos de sus amigos.

Tal vez esa es una de las mejores recompensas de trabajar con jóvenes. Observar los cambios de vida en tantas personas siempre abre una puerta a la esperanza. Sobre todo cuando pareciera que el panorama del país se oscurece, ver a futuras promesas de jóvenes con una profunda formación ética, con espíritu de servicio y con el ideal de destacar profesionalmente es siempre una buena noticia.

Les agradezco la confianza y la sinceridad en diversos momentos compartidos. Puedo decir que también aprendí mucho. Estos años me hicieron entender que un profesor de verdad es el amante celoso de lo mejor que puede un joven llegar a ser.