Columnistas

Aquí desembocan las preguntas previas sobre la situación política y aquí comienza la verdadera cuestión. Creo que no hay salida y que si salta de alguna manga será falsa y ruinosa para todos.

Una salida es siempre coyuntural. Se sale de una deuda, de un compromiso social, de un asunto personal, pero no se sale de un problema político como el nuestro, que demanda soluciones consensuadas para largo plazo.

Siempre andamos de salida en salida, con escasas soluciones y numerosas salidas apresuradas, sobre la marcha, ilegítimas e inconstitucionales, que han malogrado la joven institucionalidad.

Cada salida ha creado situaciones más complejas y peligrosas, hasta la del golpe de 2009, cuando desde fuera decidieron la coyuntura, dejando intacta su causa.

Las riñas políticas más graves han estado relacionadas con el período de gobierno y la no reelección presidencial, temas vedados por la Constitución.

Ahí nace la situación actual, una lucha que ni siquiera es maquillada por ideas o programas de gobierno. Se pelea por el poder desnudo, para quedarse, para volver o para llegar.

La población, desganada, observa que los partidos actúan como si sus activistas son los electores.

Y navegan contra la corriente, mientras el río corre presuroso hacia la catarata de desgracias que traerá la depresión económica mundial anunciada para 2021, año de nuestras elecciones. Echan mano de un eslogan muy hondureño: “en el camino se arreglan las cargas”.

Hay aquí una extraña paradoja. Una de las preguntas indaga qué han hecho los partidos tradicionales por el país. Y otra (qué ha hecho la gente común), fue contestada con evidencia abrumadora: el pueblo hondureño ha hecho su parte.

¿Quiénes han conducido a este pueblo formidable, que en 50 años (1948 -1998) forjó una nación a partir de casi cero? Pues el Partido Liberal y el Partido Nacional, con sus líderes, que han gobernado unos muy bien, otros de medio pelo, y algunos simplemente pelones. La paradoja queda para otra ocasión, pero los hechos son evidentes. Hay estructuras y liderazgos, en todos los partidos, que pueden aportar sensatez y pragmatismo, lijar un poco las viejas asperezas de colorados y cachurecos, de izquierda y derecha, asperezas que suman al peligro que corre la nación.

Una solución para el largo plazo, que no una salida, es derecho y obligación de los partidos, de sus líderes, de los empresarios, de los sectores sociales.

Y, de manera fundamental, la búsqueda de consensos corresponde, en primera instancia, al Presidente de la República y a sus tres opositores principales, de manera personal e intransferible.

Porque no se trata de diálogos entre delegados que no pueden decidir. Los cuatro líderes deben afrontar un desafío cívico y personal: dialogar sobre los peligros que acechan al país, acordar las bases políticas para una concertación nacional, y temas similares.

La concertación previa de los cuatro es absolutamente indispensable para legitimar el proceso y ganar la credibilidad del pueblo hondureño. Nada lo aliviaría más, ni nada infundiría más confianza en la inversión, ni más respeto de los países amigos.

Todo esto suena ilusorio, y lo es. Pero no es ilusorio que cualquier acción política no concertada por esos líderes, carecería del respaldo popular necesario para unirnos alrededor de objetivos nacionales, mucho más relevantes que las rencillas internas del estamento político. Queda una reflexión que a usted también le podría angustiar. Si no se organiza un programa compartido por todas las fuerzas políticas, y un juego limpio en las próximas elecciones, las protestas callejeras de los últimos diez años podrían repetirse, con más fuerza y encono, en el peor momento para la economía y la gobernabilidad del país, que podríamos perder. El crimen organizado navega mejor en aguas revueltas. No lo olvidemos.