Columnistas

El suicidio del escorpión

Rana, ¿me llevas sobre ti al otro lado del río?”, pidió el escorpión.

-“No. Eres irritable y tu aguijón es mortal. Me matarías”, respondió.

-“Vamos, rana, no seas ilógica. Si mueres, yo me ahogaría; usa tu lógica”.

“Tiene razón”, pensó la rana. Mas ya en el agua, cuando la sacudió un súbito cambio de la corriente, sintió una dolorosa punzada.

-“¡No es lógico…, no es lógico…!”, reclamó mientras moría, resentida con la lógica.

-“Lo siento rana, no es lógico, pero así es mi naturaleza”, alcanzó a balbucear el escorpión mientras se ahogaba.

Dicen que fue Esopo (Grecia, c. 600 a. n. e.) quien escribió esta fábula, que alumbra un tema profundo y complejo de la condición humana: las personas que, esclavas de su naturaleza, se niegan a cambiar, aunque reciban consejo de sus seres más queridos, y aunque su terquedad les cueste la vida, o la de quienes aman. Son presas de su naturaleza, de su mismidad profunda e inmutable, que ni ellas conocen.

¿Ocurre igual a naciones e instituciones? Esto ya es política, pero antes de especular voy a contarle otra historia, esta vez de un alacrán, primo hermano del escorpión.

Pues ocurrió que aquella tarde, los cipotes del barrio estábamos sentados en círculo, en la calle de tierra, prestos a observar algo que todos sabíamos era ciencia confirmada, pero que ninguno había visto: el suicidio de un alacrán. Se decía que un alacrán rodeado por fuego se clava el aguijón y muere. Alguien había capturado uno y ya lo teníamos rodeado de papeles encendidos. Entre convulsiones, el alacrán se arqueó y colocó el aguijón sobre su espalda. Murió momentos después.

Así la leyenda fue confirmada, con rigor científico. Pero me quedó viva una pregunta: ¿por qué ni siquiera intentó escapar? Pudo buscar una salida, y los científicos habríamos corrido, asustados al verlo moverse. Esa pregunta me ha intrigado toda mi vida. ¿Fue, como tantas veces leí, que el alacrán presiente inevitable su muerte, y la adelanta, como guerrero samurái, que evita una muerte indecorosa? La respuesta llegó en un artículo de Montero Glez (Madrid, El País) sobre el biólogo conservacionista Gerald Durrell: el escorpión no se suicida; como carece de control sobre su temperatura corporal, el calor de las llamas lo deshidrata y muere en segundos. Al caer, el aguijón da la impresión de suicidio. Agreguemos ahora otra pregunta a la primera, para mejor especular sobre la política nacional. ¿Se suicidan las naciones y las instituciones, en ficción como el alacrán, o por ingenuidad, como el escorpión?

Suponga usted que la rana es Honduras y el viajero es el estamento político. Después de un golpe de Estado no resuelto y de una crisis electoral tampoco resuelta; en vísperas de una depresión económica mundial, anunciada para 2021, año de los próximos comicios; en ambiente de desempleo y deterioro creciente de la clase media, que migra en caravanas contra la hostilidad de EUA; ¿Diría usted que si no nos preparamos es por la naturaleza de nuestro sistema político? ¿O diría que somos tan ingenuos como la rana?

Respecto al alacrán, ¿diría usted que el estamento político se está suicidando, o que está deshidratado por defraudar a la población durante tanto tiempo?

Si las respuestas apuntan a una esperanza, deberíamos definirla y alcanzarla. Si ya no hay esperanza, quizás para la clase media no quedaría más escape que la caravana.

¿Pregunta por mi respuesta? Esta columna rara vez opina, pues su misión es aportar datos y enfoques independientes, para que los lectores se formen su propio criterio.

Pero le propongo que, la próxima vez, examinemos otras cuestiones, afines a las preguntas formuladas: ¿Qué han hecho los partidos tradicionales para el progreso de la nación? ¿Sufren agotamiento histórico, o arterioesclerosis, o deshidratación? ¿Son rescatables? ¿Son actuales los nuevos partidos? ¿Es posible una acción salvadora, entre todos? Y lo más relevante: los ciudadanos, ¿Hemos hecho nuestra parte?