Columnistas

Nuestros muertos

Hay registros de lo tanto que se ha interesado desde siempre el ser humano por lo que sucede después de la muerte.

La psicología, la antropología, la filosofía, la teología e incluso la religión tendrán una explicación desde su propio enfoque para ese anhelo del hombre por conocer lo que sucede cuando acaba el paso por la Tierra, pero a pesar de la visión que tenga cada disciplina y de cómo se aborde la muerte como hecho, la pregunta sobre lo qué hay más allá es de todas maneras inquietante.

Una manera de abordar lo que está más allá de nuestros días es a través de nuestros antepasados.

Los antepasados son para cualquier cultura un acervo de conocimiento, sabiduría y conexión transcendental. A ellos cada pueblo o nación debe el suelo donde están parados, debe una tradición, una historia, una identidad, una lengua, un sentido existencial y hasta una religión y un credo específico.

El respeto que se guarda a los antepasados es, en los términos más precisos, inmaculado e incólume, tanto que la benévola memoria solamente evoca sus actos nobles y libera su recuerdo las malas acciones.

Ya lo dice la letra del Himno Nacional de Honduras en uno de sus versos: “Serán muchos, Honduras, tus muertos, / pero todos caerán con honor”, cuyo valor simbólico ha sido malentendido en algunas ocasiones, sobre todo si se le desvincula de los versos que lo anteceden y de su carácter poético.

Sí, el final de la séptima estrofa habla de los muertos de nuestra patria que por la coyuntura histórica de este inicio del siglo XXI pareciera profética, pero no es así. Vendrán a la memoria, entonces, todos nuestros muertos: los de la otrora Honduras pacífica y los de la Honduras llena de violencia. Todos aquellos hondureños que dieron, no necesariamente en batalla, la vida por este patio centroamericano.

Especialmente esta época en la que hemos perdido a tantos compatriotas producto de las circunstancias que se nos ofrece como país. El pueblo hondureño guarda, por motivos religiosos o simplemente porque sí, un gran respeto por sus muertos, por nuestros muertos. Los recuerda con cariño y con nostalgia, los recuerda con el mejor de los ánimos aun en medio de la tristeza y sabe que le debe en su memoria un lugar no secundario.

No faltan en los momentos recientes a la muerte todos los oficios según el credo de cada familia, las fotografías, los lugares especiales en las conversaciones, en los espacios de las casas y en las vidas en general.

Es por eso por lo que el Día de los Muertos, como manifestación cultural, se parece al Día de la Independencia, porque dentro de ese aprecio en la memoria individual o familiar hay un sentido de herencia. Heredamos de nuestros antepasados lo que somos como individuos, familia y, por lo tanto, sociedad.

Es a la memoria de ellos que debemos construirnos como mejores personas y en consecuencia construir un mejor lugar para vivir. Recuperemos de su legado lo más noble, de lo que fueron, lo mejor; para que a ejemplo de ellos y a espejo de sus debilidades escribamos una historia digna de memoria. Un día, nosotros, cada uno de los que estamos aquí, también dejaremos un legado único y seguramente se nos recordará con nobleza y benevolencia.

Seremos para ese entonces los antepasados, por lo pronto, hagamos justicia a nuestra herencia cultural, lingüística, religiosa, histórica con el trabajo tesonero de cada día.