Columnistas

El huracán rompe ciudades y une personas

Una carta llegó con un billete de mil pesetas engrapado; con letra inexperta, una niña escribía desde Valencia a la embajada de Honduras en Madrid, en noviembre del 98, para lamentar apesadumbrada la ferocidad del huracán Mitch; en una hoja de cuaderno decía que ese dinero era su mesada (unos seis euros ahora), lo enviaba a los niños hondureños damnificados.

En medio de la tragedia, el luto y la incertidumbre, el pueblo hondureño no captaba detalles de una solidaridad distante, conmovedora, insospechada. Para quienes estábamos lejos, las noticias dejaban sensaciones de impotencia, aflicción y desconcierto general, más la angustia por familiares, amigos, conocidos; y estos gestos de fraternidad y desprendimiento nos abrían una ventanita de esperanza. Veinte años después recordamos la España solidaria que descubrimos entonces.

Era desconsolador ver en los periódicos españoles los barrios y avenidas apenas reconocibles, arrasados por las trombas terroríficas, que sumaban cada día más muertos y desaparecidos. Desde Casa de Gobierno se las ingeniaron para enviarnos videos (no había vuelos e Internet todavía no daba para tanto), que entregamos a la televisión de allá para que conocieran la magnitud de la catástrofe.

Entre el ajetreo de periodistas, representantes de ONG y funcionarios de gobierno, se acercó a la embajada un señor español de casi 80 años, con bastón y abrigado por el frío, traía dinero en efectivo, de su pensión -dijo- para apoyar a la gente que la está pasando mal allá. No era lo habitual, pero cuidando el generoso gesto, lo hicimos esperar mientras se depositaba en su nombre en la cuenta bancaria abierta para eso y se le entregó el recibo, igual como se le envió a la niña valenciana.

El mismo año de la tragedia, 1998, el escritor portugués José Saramago recibió el Premio Nobel de Literatura, era el hombre del momento. Conmovido, junto a la editorial Alfaguara, dedicó todas las ganancias del pequeño libro “El cuento de la isla desconocida”, recaudó entonces unos 45 millones de pesetas (más de 270 mil euros), que Cruz Roja distribuyó en la región afectada.

Telecinco se apuntó con una maratón de doce horas para recaudar fondos y pidió a los famosos que dieran algo importante para subastarlo entre el público: Pedro Almodóvar cedió un sillón rojo utilizado en sus películas; Alejandro Sanz dio una chaqueta negra que usó en los conciertos; Julio Iglesias envió una corbata estrenada en un recital; Predrag Mijatovic los tacos con que marcó el gol que le dio al Real Madrid la copa en la Champions y tantos ejemplos más.

Y qué decir de los empleados de Iberia, a través de su ONG “Mano a mano” recolectaron medicinas, cargaron un enorme avión, consiguieron pilotos que estaban de vacaciones y otros que las pidieron para la ocasión y nos vinimos; solo estuvimos tres horas en San Pedro Sula, mientras descargaban, y luego el regreso.

La cadena radial Los 40 Principales organizó un concierto, cuyo montaje pagó la empresa automotriz Renault, y reunió en el escenario a artistas poco conocidos aquí, pero figuras allá: Malú, Jarabe de Palo, Ketama, Ella Baila Sola y el mismo Alejandro Sanz; consiguieron otros 40 millones de pesetas, más de 240 mil euros.

La solidaridad desbordaba, también hubo fútbol para recaudar dinero: Barcelona-Real Madrid, o la selección veterana de España contra un equipo de extranjeros, que jugaron en el estadio del Getafe. Tanta solidaridad que es imposible no ser agradecido. Las tragedias suelen mostrar la mejor versión de cada quien. Después de todo lo sufrido y lo vivido solo nos queda evaluar, ¿qué aprendimos?