Columnistas

R ealmente son admirables. Tiempo y esfuerzo empeñados, sentados uno al lado del otro, sacando paciencia de a saber dónde, dejando sus compromisos laborales y familiares para ayudarnos a encontrar la vía a la normalidad. Casi olvidamos si algún día la tuvimos. Y nos esforzamos por vislumbrarla allá en la lejanía del pasado y del futuro como si nunca fue y nunca será. La normalidad, tanto que encierra, entendida como la situación adecuada, prudencia exigida, para estudiar, trabajar y superarnos. Para sentirnos bien y ser mejores. Para crear las condiciones a la visión y al desarrollo de extensas capas de la juventud, hoy por hoy, arrebatadas por las quimeras de la migración, la criminalidad, el ocio degradante y para donde se vea, la tremenda frustración. Pero los dialogantes, admirables, vez tras vez se reúnen, hora tras hora, muchas sin producir ni la última que se pierde, como en aquella mítica Caja de Pandora, la esperanza. Ni siquiera algo útil, hecho con aguja y ovillo en manos, para paliar el tedio producido por la necedad y el narcisismo. Y hasta la grosería. Pero es que sería mal visto, por mujeres y hombres machistas, quienes consideran su mayor influencia e importancia en pueriles poses doctorales. Pero nos dan buenas lecciones a quienes, indispuestos, nos permitimos observar, criticar y desanimarnos. Solo por un rato. Para volver pronto a comprender que la esperanza y la búsqueda de la salida a esta crisis, más de valores que política y económica, es lo que demanda la Patria. Así que más que añoranza, es deber. Si en realidad existen trasfondos mezquinos, personalistas en algunos de los participantes, no es lo relevante. Sí lo son los objetivos propuestos y los resultados que hagan posible concretar. Es natural que, entre ellos, unos aspirantes a muchas cosas, aprovechen la notoriedad que les auxilie a alcanzarlas. Bueno, serían efectos colaterales que, si brindan los resultados esperados, merecerán. El diálogo auspiciado por la ONU camina. ¡Enhorabuena!