Columnistas

Creciente polarización de las y los estadounidenses

Las divisiones culturales, étnicas, económicas y políticas de la población de los Estados Unidos siguen ensanchándose, particularmente desde el ascenso de Donald Trump al poder, en una elección altamente controversial en que el voto popular favoreció a la Clinton en tanto el del Colegio Electoral posibilitó el triunfo del candidato republicano.

La legalización del aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la remoción de monumentos de personajes que favorecieron el mantenimiento de la esclavitud y pelearon a favor de la Confederación durante la Guerra Civil, el ensañamiento policial en perjuicio de los afrodescendientes, cuyo porcentaje de recluidos en prisiones es mucho mayor que reclusos de otras razas, la creciente desigualdad en ingresos y oportunidades de ascenso social -exacerbada por las disposiciones tributarias que reducen aún más los niveles del impuesto sobre la renta de las minorías con mayores ingresos, en perjuicio de los sectores populares y de clase media-, el giro hacia el populismo demagógico proveniente del actual titular del Poder Ejecutivo, con sus ataques a la prensa independiente y crítica de sus políticas divisionistas, las disposiciones electorales de redistribución de los distritos electorales que favorecen al partido en el poder, la nominación presidencial de un magistrado a la Corte Suprema de Justicia que consolidara el control conservador de la misma, la creciente visibilidad de grupos ultraderechistas y racistas, intolerantes de la diversidad racial e ideológica que apelan a la violencia para silenciar al oponente, están, de manera peligrosa, creando crecientes divisionismos y polarizaciones entre sus compatriotas. Ello se ahonda cada vez más a medida que se acercan las elecciones legislativas del 6 de noviembre en las cuales Trump está apelando al sentimiento fundamentalista de las iglesias y sectas evangelistas, exhortando a sus dirigentes a que exciten a sus feligreses a votar a favor de los candidatos que él favorece, con lo que está introduciendo el factor religioso en un proceso cívico-político.

Esta peligrosa polarización se manifiesta en las encuestas de opinión que miden el sentimiento colectivo en sondeos previos al próximo torneo electoral. Una de ellas, patrocinada por el Washington Post y la cadena televisiva ABC, realizada entre el 26 al 29 de agosto, revela que el 49% de los ciudadanos no lo quieren más (a Trump) como presidente y el 69% de la nación desaprueba su gestión, el 43% cree que Trump ha obstruido la justicia al tratar de interferir en la investigación sobre una posible colusión con Rusia durante su campaña electoral en 2016. También ha crecido, a 63%, el apoyo a las investigaciones que lleva a cabo sobre ese tema el fiscal especial Robert Mueller. 78% de los republicanos está de acuerdo con la administracion de Trump, mientras que 93% de los demócratas la desaprueba... (EL HERALDO, 3 de septiembre de 2018, p. 44).

Cualquier hogar dividido en que sus integrantes asumen posiciones antagónicas, lo debilita. Lo mismo es válido para cualquier nación, sea esta Honduras o Estados Unidos, generando situaciones generadoras de conflictos, tensiones, enfrentamientos, divisionismos que crecientemente la hieren, minando los pilares en que se asienta. En el caso de la superpotencia, pareciera que las heridas provocadas por su guerra fratricida de 1860 a 1865 continúan abiertas, sin haber sido nunca completamente restañadas. La personalidad del actual incumbente de la Casa Blanca, narcisista, misógina, irrespetuosa incluso de sus mismos correligionarios, proclive al enfrentamiento, en nada abona para apelar a la unidad nacional, echándole leña a la hoguera en vez de extinguirla.