Columnistas

Martir de resistencias

Es un olvidado héroe de la resistencia cívica –no partidaria-- aunque también, parte del pensamiento liberal de arranques de siglo contra la dictadura conservadora de Tiburcio Carías Andino (1933-1949)–– y quien naciera en Tegucigalpa en 1903, falleciendo macheteado, martirologio cruel, en Sabá en 1940 por un sicario que contratara cierto brutal comandante cachureco de plaza.

Pero si a Arturo Martínez Galindo ––asesinado el 4 de abril del citado año–– lo conserva en el desván de la historia su propio partido político, jamás lo hicimos así los narradores pues continúa siendo el paradigma de un intelectual hondureño, presencia señera, creador de la mejor literatura de este país. Es autor-frontera, relator puente, aduana ideológica y constructor de nuevas maneras de escribir y pensar los temas que se escriben y que es, en las biografías literarias, el autor que representa el paso en Honduras desde el cuento conservador, tradicional y ruralista a la modernidad…

Tras que Martínez Galindo publicara sus provocadoras historias en las revistas Claridad, Tegucigalpa y en divulgaciones del grupo Renovación, desde 1926, su estilo y encanto, la osadía y libertad con que las concibiera, su lenguaje casi periodístico pero de afinadas metáforas, el imaginismo que las conformaba y a la vez la realidad nada macondiana (Macondo no existía) tallaron historia y condicionaron a muchos escritores de la época ––Arturo Mejía Nieto, Federico Peck Fernández, Marcos Carías Reyes, Medardo Mejía, José R. Castro–– para compartir su huella. A eso se llama respeto intelectual y liderazgo de espíritu.

Su cuento “El Padre Ortega” es anécdota sencilla pero de ternura inolvidable; “El incesto” revuelca el corazón; otros trasladan al lector hasta momentos íntimos y grupales en Nueva York y Washington, donde las perversiones políticas compiten con las sexuales, siendo Arturo el primer escritor local que contra viento y mareas culturales y religiosas se atrevió a narrar acerca de la homosexualidad, el amor horizontal, las preferencias religiosas y el asco ante la corrupción y el abuso gubernativo. Era abogado y periodista, narrador y activista cultural, editor y antólogo, así como excepcional esposo y padre. Viviendo en Trujillo, su muerte le deviene por haberse arriesgado simultáneamente a interponer una demanda de jure contra un sátrapa de la dictadura y la vez acompañar a su madre en el largo viaje en tren desde Tocoa a La Ceiba, lo que lo situó en vulnerabilidad. Lección esencial para atrevidos jóvenes izquierdosos de hoy.

Fue secretario de la Universidad Central (1930), miembro de la Comisión jurídica que condujo el litigio fronterizo con Guatemala (1931), y para 1934 es en San Pedro Sula director de diario El Norte. Décadas antes fue compañero de aquel héroe libertario llamado Froylán Turcios, con quien fundó la revista Ariel. Sus seudónimos Julio Sol y Armando Imperio eran las leves e inútiles telas de anonimidad con que cubría sus duros artículos, siempre orientados a combatir la tiranía, el reeleccionismo y la sumisión y entrega del país a capitales de origen externo, particularmente fruteros. Y aunque varios de sus relatos retratan la violencia, fue en esencia pacifista.

Y así como es imperdonable en un autor es que escriba mal, como ciertos casi nobeles locales, Martínez Galindo es escuela de hacerlo bien, adicional a que jamás se conoció que cediera sus principios, traicionara sus causas y doblegara el ideal. Es por ello no sólo puente hacia la moderna literatura nuestra sino adicional ejemplo de cívica dignidad, en síntesis un héroe.