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¿Por qué dialogar?

Para muchos, el diálogo nacional en marcha nació muerto. Dicen que no están los que deberían, que no se hablarán los temas que interesan al pueblo y cien cosas más que dejan expuesto el oficio de algunos políticos en Honduras; sembrar dudas y desconfianza. Parecen olvidar que los ojos cansados de toda una sociedad están expectantes en la siguiente jugada. Más les valdría dejar de lado sus juegos y tomarse en serio la responsabilidad histórica de detener las diferencias, ponerse de acuerdo y comenzar a construir el bien común.

Alguno podría preguntarse: ¿Para qué dialogar?, si al final los que gobiernan tienen clara su agenda y pareciera que no están dispuestos a ceder en ningún aspecto. El pretendido diálogo podría verse incluso como una técnica dilatoria que permite a los de siempre continuar haciendo lo de siempre. Sin embargo, el tiempo corre, y en relación con hacer creíbles las siguientes elecciones algunos mencionan que ya estamos en déficit para hacer lo necesario.

¿No nos damos cuenta de que somos una sola familia que vamos en el mismo barco a un destino común?, como siempre, los más necesitados y vulnerables son los que pagan las facturas de los desaciertos de unos pocos. El costo de la falta de entendimiento es más que evidente. Por más que se maquillen indicadores económicos, la salida constante de niños a otros países, algunas veces sin sus padres, es más que elocuente. Sin embargo, basta con ver los cuestionamientos de una funcionaria a nuestros compatriotas que emigran para darse cuenta de la desconexión con la realidad a la que se puede llegar cuando se gobierna desde un escritorio en una oficina con aire acondicionado.

En una ocasión, el papa Francisco mencionaba: “Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno en cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin prejuicios, yo la definiría como humildad social, que es la que favorece el diálogo. Solo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas y en clima de respeto de los derechos de cada una. Hoy, o se apuesta por el diálogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos”.

Diversos actores políticos nos han recordado el alto precio que está pagando Nicaragua. En efecto, una de las consecuencias del diálogo es la paz. Todas las guerras, todos los problemas que no se resuelven tienen como actores principales a personas cerradas, pagadas de sí mismas, autoritarias que consideran que su forma de hacer es la única. Cerrar las puertas y las ventanas a las posturas ajenas, aislarse, dejar de escuchar, es una de las señales más evidentes de las dictaduras. Otra característica de esta enfermedad es que provoca ceguera en quienes la padecen. Todos los tiranos de la historia se han tenido a sí mismos como ejemplos de apertura y de conciliación.

El diálogo es una de las principales necesidades de Honduras. La confrontación, el conflicto y la desconfianza no nos conducirán a nada bueno. Ojalá que todos sepamos, abandonar los intereses personales y dialoguemos para destruir los muros que nos dividen.