Columnistas

Liderazgos falsos y desarrollo humano

Walter Lippman, escritor, periodista y politólogo norteamericano, creador del concepto de Guerra Fría, estableció que los líderes son los “custodios de una nación”, los guardianes de la fe que convierte a un grupo de individuos en una nación libre, próspera y respetada. Confucio, por su parte, cientos de años antes establecía que los pueblos deben ser gobernados por élites educadas, conscientes de su responsabilidad por el desarrollo y prosperidad de esos pueblos y la Biblia, bajo inspiración divina, nos manda a encontrar gobernantes justos porque al contrario, si gobiernan los impíos, provocan el sufrimiento y los pueblos gimen.

Estos tres profundos pensamientos, separados en el tiempo por siglos y en el espacio por miles de kilómetros, nos señalan la fórmula mágica para escoger los hombres y mujeres en cuyas manos y mentes debemos depositar la responsabilidad de conducir la nave del estado con el único propósito de conducirnos hacia terrenos firmes de prosperidad, paz, concordia, armonía social y, sobre todo, de desarrollo integral humano. Los pueblos que han sabido escoger sus genuinos líderes son los únicos que han desbordado las barreras del atraso y, con base en procesos sabios bien diseñados y magistralmente ejecutados, tanto en el campo de la formación académica como en la capacitación y desarrollo de habilidades individuales, han logrado encontrar los senderos que conducen a los milagros de ese desarrollo humano ansiado.

Los líderes no nacen, se forjan a lo largo de los años y se cultivan como se cultivan las artes porque, en definitiva, el concepto moderno de liderazgo es precisamente el del “arte de administrar recursos humanos necesarios para promover y sostener la prosperidad de las sociedades”. Una de las características básicas del liderazgo trascendente es la que se basa en la calidad humana de los elegidos y esa calidad es precisamente la cosecha que se alcanza con el cultivo del sentido de los valores.

En nuestra Honduras irredenta, ese sentido de valores (bien y mal; justo e injusto, moral o inmoral, legal o ilegal y otros parangones) es lo que no hemos aprendido a identificar en tanto falso profeta que ha usurpado nuestras posiciones más delicadas en la conducción del país. No es el discurso fogoso ni la oferta demagógica que debe guiar nuestra escogencia. Pandora solo es una pequeñísima muestra de nuestras equivocaciones; las estatuas de barro se han desmoronado al calor de un nuevo sol de una nueva era que trae nuevas esperanzas a este pueblo abusado, ofendido, violado. Falta mucho más que descubrir, el destape ya se inició, ahora falta ver si el tambor de la ruleta rusa que juegan los corruptos y que los lleva de forma enfermiza a continuar jugándose la vida, no es alterado por las maniobras asquerosas que los protectores de la corrupción están acostumbrados a fraguar.