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El diálogo es el camino a la paz

¿Qué debe ocurrir en el país para que prospere el diálogo entre los distintos sectores, políticos, sociales, económicos, en el que cada uno reconozca la existencia y posiciones del otro? ¿Quién acudirá a la mesa para conversar con verdadero interés, con franqueza y sin cálculo, sin presumir ingenuidad ni victimizarse? ¿Quién demostrará que está dispuesto a deponer posiciones, conciliar agendas y construir un país en el que convivan todos y todas, sin odios infecundos?

Cuando no encuentro las respuestas en el entorno más cercano, me motiva el recuerdo de sociedades más conflictivas y con diferencias enraizadas en odios religiosos, étnicos y nacionalistas, guerras civiles, persecución, dolor y muerte, que lograron superar sus enconadas rivalidades acudiendo a la única herramienta con que fue posible hacerlo desde el principio de los tiempos: escuchando al otro y dialogando para buscar la paz.

Gandhi dijo alguna vez: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”. Mandela, muchos años después, sentenció: “Derribar y destruir es muy fácil. Los héroes son aquellos que construyen y que trabajan por la paz”. Seguramente sobrará quien diga que el segundo optó en su momento por la lucha violenta, sin embargo, ambos adoptaron finalmente la misma estrategia para lograr la paz: convencer para vencer.

Resulta interesante que ambos tengan en común el haber vivido en distintas épocas en uno de los países más desiguales del mundo: Sudáfrica. Es bien conocido el episodio de la vida de Gandhi en que fue golpeado por negarse a trasladarse del vagón de primera clase de un tren en que viajaba hacia uno de tercera clase, que era el que correspondía a “uno como él”. Como un legítimo “indignado” de su tiempo, enfrentó con entereza muchas humillaciones, antes de retornar a la India; fue ahí, en su tierra, donde Gandhi logró su paso a la inmortalidad, contribuyendo vitalmente a la independencia nacional con su desafiante llamado a una insurrección no violenta (ahimsa).

Mandela, quien sufrió como pocos las consecuencias de su compromiso político y social, legó en el tramo final de su vida las páginas más brillantes de su liderazgo. Antepuso la búsqueda de la paz y el diálogo, con una alta dosis de buen juicio y prudencia, al llamado de venganza y la violencia que blandían sus adversarios (y carceleros), así como sus antiguos camaradas. No fue fácil, pero su visión prevaleció y evitó una guerra civil.

Cuando se busca resolver conflictos y mejorar las posibilidades futuras de un país, ayuda mucho que las partes en conflicto, en vez de continuar la agresión verbal y física entre unas y otras, se sienten a conversar y se planteen, más que un pliego de peticiones a veces disonantes entre sí, el escenario de convivencia cívica que quieren lograr. Países como Sudáfrica, Colombia y Guatemala apostaron en algún momento de su historia a ello y superaron sus peores episodios históricos.

“Si quieres construir la paz con tu adversario, trabaja con él y así se convertirá en tu compañero”, decía Mandela. Para construir la paz y un país mejor, no hay otro camino que el diálogo. No hay otro.

Miguel A. Cálix Martínez
@MiguelCalix