Columnistas

¡Qué Congreso Nacional este!

Los diputados tienen mala fama, en algún momento de la vida, de la historia, se la ganaron; cualquier ciudadano les tienen animadversión, abominan de ellos, y no falta quien crea que son más perjudiciales que el calentamiento global. Para más inri, algunos que integran el actual Congreso Nacional parece que no mejorarán la imagen degradada.

Los congresistas no llevan ni cuatro meses en el puesto y ya nos demostraron que el talento, la imaginación y el conocimiento no dominan las sesiones. En este corto tiempo nos han avisado, con sus propuestas, mociones y proyectos, que no se lo pensarán mucho para imponer con decretos sus intereses, convicciones y supersticiones, sin respetar nuestra maltrecha convivencia.

Vamos a ver, a uno se le ocurrió que las mujeres de cierta edad presentaran obligadamente una mamografía como requisito para conseguir un trabajo. Parecía un nuevo obstáculo, como si esta necesidad no fuera ya desesperante, infinita. Tal vez la intención era buena, pero el planteamiento equivocado. ¿Y si mejor promovieran que las empresas ayudaran a financiar los exámenes para prevenir el cáncer de seno?

En el Congreso Nacional hay estupendas personas; reúne a magníficos profesionales; seguro que entre ellos hay gente honesta; muchos tienen buenas intenciones. Su trabajo es crear, derogar e interpretar leyes, no hacer obras públicas o sociales. Pensando en su función, si buceamos en busca de buenos diputados, al tratar de contarlos, a lo mejor nos sobren dedos.

Cuando la angustia llegó por la amenaza del virus H1N1, y se esperaba un anuncio oficial de alivio a la crisis, en el hemiciclo legislativo se les ocurrió que primero se vacunaran los diputados y después los demás ¡en serio! con la excusa de que pasan reunidos, o sea, olvidaron que también se reúnen personas en los trabajos, escuelas, buses, centros comerciales. ¿Creerán en el Congreso que sería una tragedia nacional que todos ellos se enfermaran?

Para animar más la cosa, otro iluminado congresista promovió leer la biblia en escuelas y colegios. No respetan la Constitución ni entienden eso de país laico; atropellan la libertad de culto; desprecian otras creencias: musulmanes, judíos, budistas y hasta los que no creen, que también es un derecho. En las aulas se enseña matemáticas, química, geografía, literatura; en la casa se aprende moral, ética, fe. Si lo supiera, el valiente diputado propondría que se leyeran más libros y se estimulara el conocimiento entre los alumnos. El arte, la educación, son antídotos contra la miseria y la violencia.

Ahora remata otro diputado con la idea retrógrada del servicio militar forzoso, que hace años enriqueció a jefes castrenses. Creen que combatirán las maras; cuando reciban muchachos de 18 años, que ya tendrán un intenso expediente de delitos, solo harán entrenarlos, especializarlos. La única guerra que tenemos es contra la ignorancia, la marginación, el desempleo y la pobreza, y esa no se combate con soldados. ¡Lean sociología, señores! Como toda profesión, la rama militar debe ser para quien le guste, voluntaria.

Escandalizaron por el aumento del sueldo en cien por ciento; en Honduras los salarios son miserables y todo mundo merece más, es el problema de la desigualdad. Ellos exageraron y podrían ajustarlo, pero devolverlo, más que un acto de justicia, parece demagogia.

Esas sesiones legislativas, desprolijas, fútiles, hacen dudar que este Congreso ayudará a aligerar la desigualdad, la injusticia, la desilusión. Aunque hay diputados valiosos no les darán el espacio ni la palabra, y una mayoría obtusa y obediente deshará las posibilidades. Aunque todavía hay tiempo para cambiar la historia.