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El Presidente ha promulgado detener el proceso de formación a una ley indolente de vergüenza moral, ha vetado un asomo de reformas que son ilegales, inconstitucionales, impropias e inconvenientes. Pese a ello, no ha disminuido la tensión.

Una fracción de diputados presentaron días antes la propuesta arbitraria de autoridad con un irrespeto “retroactivo” al ejercicio absoluto de sus vergüenzas.

El Poder Ejecutivo vetó la reforma a la Ley sobre Privación Definitiva del Dominio de Bienes de Origen Ilícito, acción que es congruente en el combate a la corrupción. Una lindura de proyección legislativa que pudo quedar en la historia como una joya de impunidad repulsiva, que desviste el sistema, hasta donde es posible llega la carroña política de este país.

Claro que este veto es un “cometa al viento” putrefacto de los aires envolventes del ambiente político, que entre dientes susurran y planifican otra embestida a la lucha contra la corrupción, enmascarada de un seudónimo, con el adorno de otro anteproyecto o ya de plano, una ley a matacaballo que ya es una costumbre legislativa en Honduras, a la medianoche oscura, entre la neblina y entre penumbra, como un robo de cualquier ratero de cuatro esquinas.

Mientras el gobierno celebra el triunfo en una beligerancia coyuntural, en medio de un Congreso absolutamente impredecible, como éste, que no alcanza disimular el malestar de rechazo por unanimidad, en forma anónima y en silencio, el veto del Presidente de la República.

Lo que viene es estar alerta y vigilante, más dormir con un ojo abierto para que la espantosa pesadilla de la larga noche no nos doblegue ante el silencio de la sociedad, que casi nunca se da cuenta de las leyes que aprueban en el Congreso de la República.

Desde la teoría política, el veto del Poder Ejecutivo es un procedimiento del esquema del Estado, consagrado en la Constitución. Claro, pero en Honduras los antecedentes legislativos y jurisprudenciales y las modificaciones practicadas con motivación de la Constituyente que el pueblo estaba ansioso de un nuevo orden jurídico que llegaría con los comicios para elegir a los diputados de la Asamblea Nacional Constituyente, aquel histórico 20 de abril de 1980.

Desde entonces las vinculaciones entre el veto presidencial de la república y la democracia han sido muchas veces accidentadas, y otras veces pactadas en misas negras para encubrir que se está en contra del pueblo, y también de abuso del veto por parte de los presidentes que han usado este recurso, muchas veces con fines electorales.

Las ilusiones por ahora se han desvanecido de quienes soñaban con ver una ley a favor de una pandilla de anarquistas, que han dejado al país en la calle.

No obstante, la lección queda: el Congreso de la República debe pasar por una real depuración judicial, y llevar a cabo el antejuicio a congresistas que abusen del poder y de las bondades ciegas de la democracia que les paga, y les paga bien para servir a la nación.

Ya es hora de que el Congreso tenga antecedentes honorables y una evolución en la Constitución de Honduras

Antes que la gente los bote con un veto y los envíe al pozo de la historia. ¡Que no perdona!