Columnistas

A grandes males...

Pongamos una trama enmarañada para esta historia llamada Honduras hoy: por un lado Juan Orlando Hernández cede parte del poder a la oposición: los incluye en el gobierno, adopta algunas de sus propuestas de políticas públicas y las reformas electorales. Por su parte Salvador Nasralla consiente que JOH sea el presidente, se termina la presión en las calles, pero sigue la lucha política ateniéndose a una presunta igualdad entre las partes. ¿Difícil? ¡Puf! ¿Imposible? ¡Nanay! Igual que un conflicto, un diálogo no se sabe dónde irá a parar.

Vivimos tiempos hostiles y marrulleros, los cambios tienen que ser de raíz o no son; un simple cobertor para pasar el aguacero solo pospondrá el conflicto. Ese es el desafío para la clase política, que deberá mostrar desapego de sus intereses personales y visión estadista en el anunciado diálogo, si es que pretenden devolver algo de paz y justicia a esta sociedad maltratada y empobrecida desde hace décadas por antiguos politicastros.

Parece que los hondureños viniéramos de una cruenta guerra civil o un belicoso episodio fratricida para que haya tanta división y resentimiento entre los ciudadanos. Con razón o sin ella, la gente vive enojada con todo y explota con nada; esa presión se nota también en sus dirigentes políticos, que maniobran o muestran los dientes a cada rato. Conclusión: una sociedad enemistada.

Aunque el antagonismo social tenga justificación, unos a favor y otros en contra del modelo económico y de justicia, no quita que sea el promotor del radicalismo de los hondureños; por eso será muy difícil que los actores del diálogo lleven propuestas contundentes y de desprendimiento ya que en la mesa también se medirán los costos políticos.

Juan Orlando Hernández tiene más control de sus pares que la oposición y ya está en el máximo puesto que podría alcanzar; así que ceder en la negociación podría ser menos traumático y a cambio tendría paz para gobernar. Eso sí, tiene que lidiar con empleados públicos que creen que el gobierno les pertenece y que solo los nacionalistas tienen derecho a una plaza. En democracias avanzadas, los puestos burocráticos no tienen distinciones políticas.

Salvador Nasralla no decide la protesta en las calles; tampoco el coordinador de la Alianza, Manuel Zelaya, aunque sean sus principales convocantes. La gente sale espontáneamente a manifestarse y ahora más molesta que antes por la exagerada represión de las fuerzas militares y policiales y por la muerte de muchísimos manifestantes. Serán necesarios buena comunicación y liderazgo para convencer a la multitud de que la salida de la crisis es a través de acuerdos políticos.

Por ese radicalismo de las partes el diálogo es difícil, pero si no fuera difícil, no se necesitaría el diálogo; procrastinar, dilatar la solución nos trajo hasta aquí. El antagonismo entre los protagonistas autentica también la participación de otros actores, como la invitación que se ha hecho a la ONU, cuyos representantes están evaluando ahora mismo todas las posibilidades para poner el mantel sobre la mesa.

No sabemos, no podemos saberlo, si ese diálogo será parte de grandes remedios para grandes males, pero es lo inmediato para salvar los muebles; lo otro es seguir la lucha viva en la calle tratando de cambiar el gobierno, y éste defendiéndose para mantenerse el poder. Honduras será un incendio.

Ojalá que la sinceridad y lo magnánimo dominen el diálogo, con soluciones concretas y justas, para que tenga validez en nuestra sociedad rota la definición del diccionario de la RAE de la palabra reconciliar: “Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”.