Que son otras las razones por las que se desviven por defendernos de la corrupción, es posible. Que no son seres sobrenaturales, sino unos como todos, respirando el mismo aire y entrelazados por consanguinidad, amistad o intereses, es cierto. Mérito mayor aun. Que es la misma sed de poder de los políticos la que padecen. Y que de ser alcanzado, ¿usarían para lo mismo? Ver para creer. ¡Qué descalificación crónica como generalizada en la que hemos caído! Es evidente que han carecido de la fuerza indispensable para incidir lo suficiente en la lucha anticorrupción. No estaríamos como estamos. Pero, ¿cuánto peor estaríamos? ¿Qué tal si todo siguiera igual? Si la admiración por quien aprovecha los recursos públicos en su beneficio particular, en vez de revertirse en mezcla de indignación y pesar, se potenciara. O si el servicio público continuara apreciándose como camino fácil al enriquecimiento y no como el apostolado llamado a ser. Las especulaciones sobre supuestos verdaderos objetos de incisivas persecuciones en contra de las mayores fuentes de injusticia y pobreza, la corrupción y la impunidad, pueden ser muy diversas como diversas son las personalidades de quienes integran organizaciones anticorrupción, sean espontáneas o institucionalizadas. Quizás no habían sido conminados por la cruda realidad que a todos alerta, o por la vergüenza de que tengan que venir de afuera a poner orden y a corregirnos por nuestro bien. No es lo importante. Los resultados sí lo son. Y también lo urgente. Lo que quede después de la polvareda que parece, solo parece ocultar las cosas. Toda manifestación personal o colectiva que coadyuve, por mínimo que parezca, nunca lo es al combate al flagelo de la corrupción, debe ser respaldada. Consejo Nacional Anticorrupción (CNA), Junta de Convocantes, Plataforma Ciudadana, Asociación por una Sociedad más Justa (ASJ) y cuanto esfuerzo democrático que impida el letargo de los valores cívicos, tiene que apoyarse. Es lo importante. Es ahora o nunca.