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Diálogo: pido la paz y la palabra

Hemos dicho tantas veces eso de “hablando se entiende la gente”, que ya es una expresión hueca, insípida; ni hablamos ni nos entendemos. Esta intensa crisis que lastramos desde hace tiempo golpea con insistencia y, antes de que sea incontrolable, reclama una conversación desinteresada y honesta entre todos los protagonistas y aquí es donde el agua del río se vuelve negra.

Lo complicado será coincidir en qué tipo de diálogo urgimos y entre quiénes; y más difícil desclavar la integridad y el desprendimiento de los políticos. Si todos (nos referimos de verdad a todos) estacionan afuera del salón de reuniones sus intereses personales y partidistas, podrían encontrar el entendimiento que sofoque el fuego de la inconformidad que se esparce por todo el país y que amarga los días de medio mundo.

¿Cómo conseguimos esto de los políticos? ¡Ni idea! Tal vez la acechante convulsión popular, la sensación de que estamos mal y la medición de que pueden perderlo todo les recuerden que el mecanismo de la política incluye ceder algunas cosas para obtener otras, aceptar las condiciones del otro para filtrar las propias. Claro está que el diálogo es una negociación.

Foto: El Heraldo

Deprime un poco reconocer que a los políticos hondureños les falta pensamiento, doctrina, visión estadista y eso entumece la ciencia política, que como las otras disciplinas, se apoya en el conocimiento obtenido de la observación, el razonamiento y se estructura sistemáticamente; de ahí emergen los principios y la leyes. Se basa en la comprensión de los fenómenos sociales y la evolución del Estado, la Economía, Sociología, Psicología, Historia, etcétera. ¡Y algunos creen que solo es pegar afiches y gritar vivas!

España vivió su etapa desgarradora de guerra civil y la dictadura sanguinaria de Franco por cuarenta años; sus artistas, sus intelectuales, alzaron la voz de protesta. El poeta Blas de Otero publicó en los años 50 “Pido la paz y la palabra”, un poema que reclama el razonamiento humanista: que después del silencio, la sombra y el vacío, se abriera paso a la justicia, a la palabra y a la paz; la reconciliación entre hombres que hacía poco estaban matándose en las trincheras. Nosotros tenemos menos conflicto que eso, el diálogo debería ser más fácil.

Es una torpeza pretender acusar a un partido o a un político de que solo busca el poder o repartirse el pastel, porque una institución política o una postulación se basa exclusivamente en la obtención del poder, ¿qué buscaría si no? Sería tan tonto como hacer pretemporada con un equipo de fútbol y después no querer jugar los partidos y menos tener intención de ganarlos.

De modo que un diálogo genuino tiene que discurrir por ese sendero, compartir ciertos puestos claves e implantar algunas propuestas de políticas públicas. Como sucede ahora mismo en Alemania, que desde septiembre no tiene gobierno y así llegará hasta marzo. Honduras busca un moderador (no interlocutor, porque cada participante en la conversación lo es), ¿quién será? Importa, pero no tanto. Solo tiene que dar el turno y el tiempo para que hablen, que sea de aquí o no, da igual. Lo esencial es la voluntad y el compromiso de los implicados.

Como canta Sabina, “en tiempos tan oscuros nacen falsos profetas y muchas golondrinas huyen de la ciudad”, que unos quieran nuevas elecciones y otros el reconocimiento de resultados es solo el principio de la discusión, ¿qué sigue? No sabemos, pero si no logramos resolver esto cediéndole espacio a la paz y a la palabra, mejor apaguemos la luz y vámonos.

José Adán Castelar
Periodista