Columnistas

Una nueva oportunidad

En algún momento del camino, años o décadas atrás, los hondureños olvidamos cómo dialogar. La obcecación y la hostilidad a las ideas y posiciones de los otros -que trastocaron buena parte de nuestra joven vida republicana y llevaron a graves enfrentamientos- sustituyeron la voluntad de resolver diferencias que caracterizaron a importantes episodios de nuestra historia.

Buena culpa tiene de ello nuestra dirigencia política, económica y social. Cualquier encuentro o charlita sin resultado alguno era llamado “diálogo nacional”.

La trivialización del diálogo como método con el cual se pueden abordar problemas sociales complejos, que no están siendo atendidos adecuadamente y en el cual han de participar diversos actores de manera abierta e incluyente, primero construyendo confianza y luego alcanzando acuerdos sobre acciones concretas, nos ha llevado al descreimiento de su valor y verdadero rol en el fortalecimiento democrático de la sociedad.

Hace un par de años (23/6/16), nos congratulamos en este espacio por la suscripción en La Habana del alto al fuego entre el presidente de Colombia Juan Manuel Santos y el guerrillero en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Timochenko.

Con sus firmas, ambos personajes ponían fin a 52 años de conflicto fratricida, frente a la mirada complaciente y atenta de su anfitrión Raúl Castro.

Comentábamos entonces que, sin duda, las negociaciones no habían sido fáciles. La desconfianza mutua era justificada: miles de muertes, violaciones a derechos humanos, abusos, daños y afrentas, cometidos desde ambos bandos, debieron superarse para llegar a ese histórico momento.

Atrás quedaban intentos fallidos, incomprensión y la militante oposición de poderosos sectores políticos y sociales, ganando la perseverancia, visión e ideales de un grupo de bienintencionados colombianos.

Para llegar a ese acuerdo, las partes dialogaron (y mucho). Pero antes de dialogar, creyeron en el diálogo. Y las condiciones para el diálogo ya habían madurado lo suficiente.

Entre nosotros existe una demanda creciente, previa al último motivo de confrontación, que clama por procesos participativos, que desea cambios positivos, con personas dispuestas a asumir el liderazgo de enfrentar los desafíos por medio del diálogo.

Esta sensación de urgencia de búsqueda de soluciones pacíficas -que plasman la mayoría de comunicaciones expresadas por países de la comunidad internacional- ya existía y nos hacía reaccionar, desde distintos espacios, reclamando a las dirigencias nacionales, que se asumieran temas importantes y soslayados desde hace mucho en la agenda pública.

Capacidad de escuchar al otro. Voluntad política. No cejar en la búsqueda de construir (o reconstruir) institucionalidad. Acceso justo y equitativo a la información del proceso que se inicie.

Disposición a aprender a dialogar (si fuera necesario) y dedicar recursos financieros y humanos a la búsqueda de esa comprensión común que se emprenda, serán condiciones básicas para superar de manera sostenible el actual trance de nuestra historia. Ojalá aprovechemos esta nueva oportunidad…