Columnistas

La diabetes de los otros

Si no fuera por una punzada de dolor, un mareo, una fiebre, nos valdría que nuestro cuerpo interrumpiera su alucinante funcionamiento; suele pasar con enfermedades que no incomodan mucho al principio, pero que después son incontrolables o mortales.

En nuestro país, un millón de personas padece de diabetes, un 12 por ciento de la población... es para alarmar.

Todos tenemos un familiar, un amigo, alguien cercano, que sufre esta antipática enfermedad, y nos damos cuenta que requiere una insufrible disciplina para mantener los niveles aceptables, porque no se cura. Como nos parece que las cosas siempre les pasan a los demás, ni siquiera la proximidad de la afección nos remite a la cautela.

Sobran los motivos, pero con frecuencia nos dicen que es el estilo de vida que exorbita los riesgos de alcanzar la diabetes. Eso de plantarse diariamente durante cinco o siete horas frente a la tele, hacer zapeo con el control remoto mientras come, terrible; derrochar tiempo frente a la computadora para el chismorreo de Facebook y otras bagatelas, aciago. Si le sumamos el estrés inseparable de los tiempos actuales, el sedentarismo, la pereza para el ejercicio, tenemos una combinación peligrosa.

¡Y qué costumbre esa de freírlo todo! El paladar se ha habituado a los alimentos pasados por aceite hirviendo: frijoles, huevos, tortillas, plátanos, carnes, embutidos y hasta el queso lo sirven frito; los vegetales, las ensaladas y las frutas aparecen menos en la mesa de los hondureños, por supuesto, de los que pueden poner algo en el comedor.

Así que no se trata solo de comidas rápidas, también en los hogares hay cocinas tóxicas. Y si a las comidas les sobra sal y grasa, qué decir de refrescos, chucherías y postres sobrecargados de azúcar.

Ahora las tiendas tienen apartados de “Tallas grandes”, para quienes necesitan ropa superior a XXL; el sobrepeso se ha apoderado de más de la mitad de la población, es común vender pantalones números 38 hasta el 44 (los 28, 29 y 30 los ponen en oferta).

Hay varios gimnasios, casi todos carísimos, o puede jugar fútbol con los amigos en las canchitas de pago, o salir a correr por el bulevar, a pesar del tráfico y la polución, porque hay pocos sitios públicos para ejercitarse.

Como ya sabemos, ese peso excesivo afecta todo, pero notablemente el páncreas, donde se produce la insulina que lleva el azúcar, la glucosa, que está en la sangre, a los músculos y a las células grasas, para almacenarla o producir energía; si este mecanismo falla, se elevan los niveles de azúcares en el torrente sanguíneo con sus consecuencias fatales, desde hipertensión o accidentes coronarios y cerebro vasculares. Esta es una explicación rápida, desde luego, es más complejo que eso.

Las cifras son espantosas, cada mes unos 42 hondureños con diabetes son amputados, sobre todo de dedos, pies y hasta la pierna. Un 20 por ciento de los enfermos sufre ceguera; el 40 por ciento padece insuficiencia renal, y unas diez personas mueren todos los días por culpa de esta enfermedad.

El Estado tiene una dependencia, el Instituto Nacional del Diabético, pero el número de enfermos desborda; es urgente ampliar la cobertura estatal, pero más importante y difícil, la concienciación del ciudadano.

Se descuida tanto que ni se pronuncia bien, hasta los médicos dicen “diábetes”, así con acento en la “a” como si fuera esdrújula; es una palabra llana “diabétes”, sin tilde (fingimos la tilde para que se entienda). De cualquier manera, lo mejor es hacernos los exámenes frente a la sospecha y, por si acaso, antes de que se complique.