Cartas al editor

Él no solía ser así, yo lo conocí y nunca imaginé que la vida iba a llegar a cansarlo tanto, y es que antes de estar en su lecho de muerte me llamó para decirme que tenía algo importante que decirme, y fue así como supe de primera fuente lo que ahora mismo les voy a contar: iban a ser las doce del mediodía cuando llegué a su casa, estaba sentado tomando café y tenía en sus ojos una profunda tristeza como el mar, su rostro se veía cansado y la buena actitud que siempre lo había acompañado se había secado como una planta cuando recibe solamente sol.

Pasá, sentate, gracias por venir. Solo quiero decirte algo, en realidad no es nada; no sé en qué momento permití que en la vida la hiel de la impotencia y las amarguras corriera por mis venas, vos sabés que a mí me encantaba escribir, pero no podía hacerlo, ni eso podía ya, intentaba contemplar la felicidad que hay en la sencillez, pero la rutina siempre me apuñalaba cuando le daba la espalda, casi no duermo, y cada vez que me acostaba mi cabeza no paraba de pensar; me abandonaron las ganas de comer, y cuando comía sentía malestar en mi estómago y cabeza, mis sueños estaban empapados por mis lágrimas pero aún así se quemaron, los días a veces eran lluviosos y otras veces muy soleados y a mí ya no me gustaban más, no me considero una mala persona, pero una tristeza se ancló en mi corazón y ahora me cuestiono por todo.

La paranoia me persigue a cada paso que voy, y me alejé de aquel hombre que colgaba de la cruz, la vida no había sido injusta, pues al final de cuentas es uno el dueño de sus acciones y quien toma las decisiones. Siempre fui impulsivo, siempre fui sincero, pero ahora me lo guardo todo, quiero gritarlo pero no sale, que cosa tan complicada pensar tanto las cosas, la mente, que tanto había sido mi aliada, es ahora mi peor enemiga, me puso de rodillas y me rompió en mil pedazos. Vení, Omar, acércate. Jamás vomités tu espíritu, solo se muere una vez. (cuento).