Cartas al editor

La venganza

Bebía pequeños sorbos de chocolate caliente; la noche era muy fría allá afuera, pero adentro estaba tibio, puesto que su alma estaba ardiendo, sus ojos brillaban como chimeneas y sus pensamientos eran un tornado enfurecido, la noche caminaba muy despacio, los minutos parecían congelados, y la espera se alargaba más y más, nunca nadie llegó a pensar lo que aquel buen hombre llegaría a ser capaz, pero cuando los humanos no tienen ya nada que perder, no importa el rumbo que la vida o si se deben seguir las reglas, ya para qué.

Y es que hace solamente tres noches, cuando el mejor zapatero del lugar salió a trabajar donde el alcalde un trabajo muy importante para él, y aprovechando la situación unos hampones decidieron secuestrar a su mujer y a su hijo de siete meses de nacido, el hombre no pudo realizar el trabajo porque al alcalde le tocó salir de urgencia, y se retrasó su regreso por la nevada, al no tener el dinero del rescate, le dejaron a su mujer y a su hijo en la puerta de su casa, ella con los zapatos pegados a sus pies, y el niño con las suelas clavadas a los suyos, y ya no quiero ser mas descriptivo, pues aún tengo que relatar lo que aquel hombre hizo con aquellos que en pocos minutos le destrozaron la vida, a los que le secaron el alma, los mismos que hicieron que su corazón se volviera de piedra, algo que nunca imaginaron y que si había vida después de la muerte, incluso en ese lugar iban a lamentar eternamente.

Aquel zapatero era muy ágil, y a las 12 en punto del día siguiente ya los rayos del sol habían alumbrado sus ideas y los hampones estaban en sus manos, primero los hizo ver como sus familias se quemaban frente a ellos, luego les clavó cien tachuelas en la lengua y en sus partes nobles otras cien, de las más pequeñas que existen, después les daba un poco de dokha y los hacia comer los sesos de sus compañeros, y después de miles de imploraciones, los arrojó al lago congelado. La humildad del hombre se acaba con la ira. (Cuento).