La soledad es uno de los peores sentimientos para el ser humano. Andar solo no duele, sentirse solo ya es otra cosa. Podemos tener a una pequeña multitud a nuestro alrededor y aun así seguir sintiéndonos solos.
La soledad puede ser una gran compañía si lo haces para ayudarte y conocerte a ti mismo o puede ser un gran destructor, puede ser un gran amigo a quien visitar o también un cementerio para vivir.
Vivimos en un tiempo donde el poder de las redes sociales domina cada esquina de la mente y el corazón.
Donde los likes de la foto de perfil de Facebook importan mucho más que tener una gran amistad. Puedes tener alrededor de mil likes en Facebook o Instagram, pero detrás de la foto hay un subrepticio que sigue sintiéndose inseguro, feo, gordo, lleno de depresión y tristeza, en donde hay una necesidad de tener lo que los otros tienen por falta de amor.
Y esto no es que sea malo; lo malo es que creces en el mundo virtual cuando en realidad mueres por dentro, porque hay de aquellos que ríen por fuera temporalmente, pero lloran por dentro permanentemente.
Las redes nos conectan con aquellos que están al otro lado del mundo, pero nos desconectan de los que están a centímetros de nosotros.
Creemos que cuando vivimos bajo en techo familiar pensamos que nos cuidamos los unos con los otros y que estamos bien, que los alimentos llenan y quitan el hambre, pero se nos olvida saciar la sed del alma. Concebimos la idea de que nuestra vestimenta mejora nuestra calidad de vida y que eso de alguna manera nos hace sentir mejor porque encajamos con los demás, ¿pero en verdad tienes a alguien que arrope tu corazón por dentro?
Uno tan solo bastaría para ti. Pero no olvides que Jesús murió por ti; por amor a ti, sin importar tu estatus social, tu forma física, tu religión, tu nacionalidad o tu género sexual. De verdad te ama tal y como eres.