En este Jueves Santo, cuando Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía y lavó los pies de sus discípulos, preciso es comparar este gesto de suprema humildad del Salvador con la soberbia y altanería de muchos de nuestros funcionarios públicos, simples mortales que han sido encomendados con la función de servir al pueblo, pero que más bien se endiosan a niveles insospechados. Lo podemos ver a diario cuando en sus grandes carrazos pretenden que todo el tráfico se paralice y haga a un lado para que ellos hagan su pasada triunfal. Aunque los veamos en las iglesias golpeándose el pecho, lo cierto es que muchos son arrogantes y soberbios y no entienden lo que es humildad, menos la misión de servir que tienen, no de servirse del poder.