Cartas al editor

Sílfides, el torogoz y el maestro

En aquella casita vivía una familia conformada por don Toribio, doña Chepa y sus dos hijos: Sílfides, una adolescente de ojos rasgados, cabellera negra hasta la cintura, piel como el ébano y un lenguaje característico de los chortís; y su hermano, cuyo nombre era Tunito, un niño juguetón y preguntón: ¿por qué el sol camina? ¿por qué el cielo es azul? ¿por qué la vaca nos da leche?...

Sílfides y Tunito acostumbraban a madrugar con su mamá.

Tunito con un ochón de ocote acompañaba a su hermana a lavar el nixtamal a la quebrada La Capuca, que les quedaba a inmediaciones de su casa.

Mientras la joven lavaba el nixtamal, allá en el oriente, en el firmamento, el lucero nixtamalero titilaba con su luz brillante para darle la bienvenida al astro rey, que empezaba a iluminar al horizonte oriental, el fenómeno es conocido como: alba, aurora, alborada o crepúsculo.

En el tiempo libre, los dos hermanos lo ocupaban en jugar, entonando versos en su dialecto materno; un pajarillo, siempre llegaba a acompañarlos con su característica onomatopeya: ¡Torogoz, torogoz!”, saltando de rama en rama, en el árbol de pito, atrás de su casa.

Si usted quiere admirar la ilustración de Sílfides, el torogoz y el maestro, en un mural del Parque de Trascerros, Nueva Frontera, Santa Bárbara, lo puede apreciar.

Dicho mural fue patrocinado por Visión Mundial. Asimismo, existe otro mural en este mismo lugar en honor al escritor Jorge Montenegro.

El torogoz es un ave común en Centroamérica, en Honduras se le conoce con ese nombre, en Nicaragua se le llama guardabarranco y en El Salvador fue declarado Ave Nacional en octubre de 1999.

Además de su belleza, las dos características que lo hicieron merecedor a esta distinción son el hecho que no puede ser creado en cautiverio, símbolo de libertad y que los dos miembros de la pareja participan en el cuidado de las crías, representando la unidad familiar.