Cartas al editor

Construir tu propia vida

Nadie está satisfecho consigo mismo. Nos pasamos el tiempo soñando con lo mejor. Parece que no somos capaces de apreciar la vida que tenemos. El viaje a la felicidad acaba de empezar, y su final es incierto. Se da la paradoja de que, justo en estos momentos, la flor y nata de los científicos lanzan un grito de alerta: se ciernen amenazas letales de tal calibre que sólo existe un 50 por ciento de probabilidades de alcanzar el objetivo de la felicidad. Aunque supiéramos lograrla, las amenazas globales provocadas por la acumulación de armas nucleares y su dispersión, el colapso energético, las sustancias químicas y biológicas en manos del terrorismo, el uso perverso de la manipulación genética, la nanotecnología y la robótica entorpecen el viaje hacia la felicidad.

A diferencia de los imponderables del pasado, que eran de origen natural, los actuales están inducidos por la mente humana, que podría recorrer ahora el camino de la felicidad, si la dejaran. La felicidad es un estado emocional activado por el sistema límbico en el que, al contrario de lo que cree mucha gente, el cerebro consciente tiene poco que decir. Al igual que ocurre con los billones de membranas que protegen a sus respectivos núcleos y que hacen de nuestro organismo una comunidad andante de células, desgraciadamente el cerebro consciente se entera demasiado tarde cuando una de esas células ha decidido actuar como un terrorista: un tumor cancerígeno, por ejemplo, que decide por su cuenta y riesgo prescindir de la comunicación solidaria con su entorno, a costa de poner en peligro a todo el colectivo. Las miles de agresiones que sufren las células a lo largo del día, así como los procesos regenerativos o reparadores puestos en marcha automáticamente, también escapan a la capacidad consciente del cerebro.

En lo esencial estamos programados, aunque sea imperfectamente. A pesar del escaso conocimiento acumulado sobre los procesos y la inteligencia emocional con relación a las actividades ubicadas en la corteza superior del cerebro, sería aberrante creer que se puede vivir al margen de las emociones.