Cartas al editor

El poder y sus huellas

Existen verdaderas maquinarias de muerte a cuya cabeza no se encuentran enfermos mentales sino hombres lúcidos, capaces de desenvolverse con propiedad en la maraña social y colectiva que saben proteger sus nombres e intereses, manteniendo sus operaciones a resguardo mientras siguen disfrutando del reconocimiento colectivo.

La razón, con su pretensión de universalidad absoluta, se revela como violencia y excluyente exigiendo la muerte de lo singular para perpetuar el sueño de uno.

Por ejemplo, cuando acontece un crimen que conmociona a la sensibilidad ciudadana, muchos sostienen que se trata de cosas de locos o de personas que perdieron la razón o “dementes” violentos y siempre se hace un llamado a la racionalidad como paradigma opuesto al uso de la fuerza. Más allá de las imágenes del sentido común, lo que se puede comprobar es que se esconde la violencia con una gran racionalidad y viceversa, siendo por demás la razón un ejercicio de logística en nada ajeno a los juegos interpersonales o a la dialéctica de la imposición.

Partimos de que el hombre necesita un marco de referencia externo que le valide su relación con la realidad o con un conjunto de acciones que le aseguren un manejo eficiente de su entorno mientras logra la independencia de pensamiento y acción. El autoritarismo colectivo busca hacer de la dependencia una condición insuperable, chantajeando con la supuesta autoridad de la valoración ideológica que es necesario ejercer “sanamente la autoridad “esto nos permite pensar que ¿hay un mundo dictado o actuamos con toda la racionalidad? No voy a entrar en polémica acerca de cuál código valorativo es mejor, si el de los capitalistas o el de los socialistas, o el de los ateos o el de los cristianos. En cualquier ideología puede anidarse el autoritarismo colectivo al servicio de la libertad humana, es menester educar para la libertad y reconocer que nos falta mucho estudio para determinar la racionalidad de las conductas de los antecesores que dictaron razonablemente su mundo.