Cartas al editor

Si bien el fútbol se juega con los pies, hay decisiones que los directivos deben tomar con la cabeza.

Por ejemplo, desde aquella inolvidable fecha 23 de julio en el 2001, cuando Honduras le ganó 2 a 0 a Brasil en la Copa América, alguien debió haber tomado vía decreto legislativo la sabia decisión de que nunca más se volviera a jugar con Brasil por lo menos en partidos de fogueo para evitar -como inevitablemente sucedió reiteradas veces- que nos apenaran y humillaran en público con sendas goleadas en diferentes escenarios en el que el mundo entero fue testigo.

¡Basta ya de volver a hacer el ridículo! No es correcto que nos exhibamos así, que nos enfrentemos a una selección con equipos que no tienen de otra más que aguantar la embestida de jugadores de élite que están mucho más allá que los nuestros, casi a años luz de nuestro potencial futbolero.

Los resultados adversos a esa fecha no son para recordar, por ejemplo aquel 8 a 2 previo al mundial de Estados Unidos con goles de Romario (3), Bebeto (2), Cafú, Dunga y Raí.

Pasamos demasiado rápido de lo sublime a lo ridículo cuando se trata de jugar
con Brasil.

Entonces la pregunta es, ¿vale la pena?

Esta derrota, más la pésima actuación en Polonia 2019 (a la espera del papel que se haga en la Copa Oro), confirma mi tesis de que si queremos volver a un Mundial, pero esta vez clasificar contundentemente y solventes sin depender de otros resultados, se requiere de un equipo base que tenga ya años de jugar juntos y que tengan la mentalidad de campeones.

Ese equipo base lo tiene en la actualidad el club deportivo Motagua, bicampeón nacional, y por si fuera poco también posee el entrenador y al equipo técnico que está listo para esta misión de llevarnos al Mundial de Qatar 2022.