Ser joven en El Salvador es un peligro. Los jóvenes son el blanco predilecto de la violencia de las pandillas y son también la cantera de la que estas organizaciones criminales alimentan sus filas, que viven siempre al filo de la muerte.
Sobrevivir en este contexto es un arte que se aprende: desde seleccionar el autobús adecuado para viajar y la escuela donde se estudia hasta los lugares de recreación, son decisiones importantes para eludir la violencia.
Bajo tales presiones viven 1.7 millones de menores de 29 años en un país cuya población total es de 6.3 millones.
'Los adolescentes y jóvenes siguen siendo los más vulnerables a la violencia criminal, particularmente a los homicidios y otras formas de violencia social, e intrafamiliar', advierte la directora del Instituto de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana (UCA), Jannet Aguilar.
En agosto, el país vivió el mes más violento de las últimas dos décadas con 911 homicidios, de los cuales 156 eran jóvenes entre 15 y 19 años, y 184 entre 20 y 24 años.
En resumen, 77% de las víctimas tenían entre 15 y 39 años.
A pesar de una política gubernamental de mano dura contra la criminalidad, el número de homicidios en El Salvador tuvo un repunte este año con 4,323 asesinatos entre enero y agosto, frente a 2,533 en el mismo período de 2014.
Una buena parte de esas muertes son atribuidos a las pandillas, las cuales cuentan con unos 72,000 miembros, 13,000 de ellos en prisión.
'La juventud salvadoreña está pagando un alto precio como consecuencia de vivir en un espacio dominado por la violencia. Este precio es diferenciado según el origen social, el género y el lugar de residencia, pero es alto para todos', advierte el reciente estudio 'Entre esperanzas y miedos', del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Ante el clima de violencia, el gubernamental Consejo Nacional de la Niñez y de la Adolescencia (Conna), ha expresado 'su más profunda preocupación' porque entre las víctimas figuran niños desde ocho meses que han resultado heridos de bala o fallecido a consecuencia de ataques armados, o en fuego cruzado entre grupos delincuenciales.
Los jóvenes, según el estudio del PNUD, 'sortean el día a día en medio de los desafíos de su edad, del miedo causado por un entorno violento y de la desconfianza de una sociedad que los estigmatiza como peligrosos'.
- Acoso en escuelas -
En muchas escuelas, las pandillas afectan el normal desarrollo de las actividades, amenazan a los maestros e incluso deciden con qué calificaciones aprobarán miembros de esos grupos el año escolar.
'La deserción escolar es grande, esto se debe a la amenaza de grupos pandilleros', declaró a AFP el secretario general del Sindicato de Maestras y Maestros de la Educación Rural, Urbana, y Urbano-Marginal de El Salvador (Simeduco), Francisco Zelada.
La deserción escolar por diferentes circunstancias, incluida la violencia, ha ido en aumento. Según estadísticas oficiales, en 2012 un total de 76,398 estudiantes salieron de la escuela, en 2013 la cifra creció a 90,252 y para 2014 alcanzó 91,711.
'Todo el territorio nacional está infectado por está pandemia pandillera', explica Zelada.
En 2015, la matricula -desde preescolar hasta educación media- ascendió a 1.510,906 estudiantes, pero las autoridades todavía no tienen una proyección de la deserción del año escolar que concluye en noviembre.
'El problema es serio. Por ejemplo, estudiantes de una zona no pueden ir a estudiar a otra escuela que está ubicada en otra zona donde domina la pandilla contraria porque son amenazados de muerte y, en el mejor de los casos, obligados a dejar la escuela', resume el dirigente del sindicato de maestros.
Desde 2005, según Aguilar, las pandillas comenzaron a 'incrementar' el reclutamiento de niños en las escuelas para reponer bajas en sus miembros.
Más allá del problema que afrontan los jóvenes, Aguilar advierte que si el país cierra el año con más de 6,000 homicidios (hasta agosto se registraba 4,323), tendría un promedio de 96 muertes violentas por cada 100,000 habitantes, uno de los más altos del mundo para un país sin guerra.