Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El caso del barril enterrado

A veces, no hay peor ciego que el que no quiere ver
22.11.2020

El hombre que buscaba leña en aquella zona montañosa, alejada de la carretera, más allá de la aldea El Chimbo, se llevó una sorpresa cuando sus perros empezaron a escarbar en un sitio al pie de una muralla de pinos.

Hacía frío, la niebla todavía cubría las montañas y una brisa suave caía del cielo. A lo lejos, el sol brillaba con reflejos que aumentaban en intensidad conforme pasaba el tiempo.

“Cuando vi que los perros se afanaban en escarbar, gruñendo a veces, me acerqué, y esperé a ver qué era lo que habían hallado los animales”.

Esto fue lo que el hombre les dijo a los detectives.

“Cuando vi que era un barril el que estaba enterrado, creí que era algo así como un lugar donde los narcos esconden el dinero, y le di gracias a Dios porque creí que desde ahora sería un hombre rico, pero me fui de espaldas cuando abrí la tapa del barril y me encontré con eso”.

VEA: El cómplice perfecto (Parte I)

Los policías sonrieron.

Ahora estaban escarbando alrededor del barril, y los técnicos de inspecciones oculares revisaban cada centímetro cuadrado del lugar.

No había un camino para llegar hasta allí, y los policías supusieron que llevar el barril hasta a aquel lugar fue trabajo de dos o más hombres.

“El barril tenía ácido clorhídrico. Aunque no era mucho, pues estaba un poco debajo de la mitad, había algo en el fondo: un pedazo de hueso. Por supuesto, esto lo supimos hasta que lo llevamos al laboratorio”.

¿Cómo habían llevado aquel barril hasta aquel sitio?

“La verdad –dijo el agente a cargo del caso–, es que no pesaba mucho, y un solo hombre bien lo pudo subir hasta allí. Aunque es una colina de unos cincuenta metros desde el camino”.

“¿Cómo lo llevaron al pie de la colina?”

“Hasta allí no hay carretera por la que pueda pasar un vehículo, pero sí hay un camino, algo parecido a un camino real, por el que perfectamente puede pasar una moto o una cuatrimoto… Creemos que fue en una cuatrimoto que trajeron el barril hasta aquí…”.

“¿Cuánto tiempo hace que está enterrado?”.

“No sabría decirlo con exactitud, pero, según el forense, el barril tiene unos cinco años de estar aquí… La tierra se endureció con el paso del tiempo, pero como estaba casi a flor de tierra, los perros lo desenterraron con facilidad”.

“¿Y en cinco años nadie lo vio?”.

“Pues así parece”.

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Hueso

El pedazo de hueso que encontraron los técnicos de inspecciones oculares en el fondo del barril era parte de un fémur, aunque no se podría decir si era de hombre o de mujer. Medía apenas cinco pulgadas, y el forense se arriesgó al asegurar que era parte de un fémur. Sin embargo, no estaba solo. Había una muela, algo desgastada. Y el hecho de que hubiera resistido tanto tiempo la acción destructiva del ácido, era algo que nadie podría explicar.

“El terreno es propiedad de la municipalidad de Santa Lucía –dijo el agente–, por lo que no pudimos tener un nombre, como el del propietario, por ejemplo, que nos hubiera ayudado en la investigación. El lugar donde enterraron el barril estaba a más de quinientos metros de la carretera, y se entraba en el terreno por un camino que tal vez fue transitado en otro tiempo, aunque en esa zona no hay casa ni nada que pudiera decirnos que fue habitada”.

“Pero el hueso y la muela eran de un ser humano… De eso estaban seguros”.

“Claro que sí, y aunque el forense no podía decir con seguridad si el hueso era de un fémur de mujer, el odontólogo sí aseguró que la muela era de una mujer y que esta tendría entre 30 y 35 años cuando murió. Además, la muela mostraba que la dueña había sido cuidadosa con sus dientes, lo que podría ubicarnos ante una mujer con cierto nivel social…”.

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El detective hizo una pausa.

“Entonces, empezamos a escarbar en los archivos para ver si encontrábamos alguna denuncia, algo que nos dijera que una mujer había desaparecido hacía cinco años, y fue allí cuando encontramos un expediente un poco extraño, el expediente de un caso al que no se le había dado seguimiento…”.

“¿Qué caso era ese?”.

“El de un señor de más de sesenta años que fue envenenado con arsénico… La primera sospechosa fue su esposa, una mujer veinticinco años menor que él, y que desapareció de repente, dejando en su casa todo, ropa, carro, cartera… Y la forma en que desapareció sigue siendo un misterio porque ni siquiera el guardia de la casa la vio salir… O sea, que parece que se la tragó la tierra…”.

Hizo otra pausa.

“O se la tragó un barril lleno de ácido clorhídrico” –dijo, después.

“¿Pero cómo probar que se trataba de aquella mujer?”.

“La mujer se llamaba Diana, o sea, la mujer que desapareció de su propia casa sin dejar el menor rastro… Nunca se supo nada más de ella…”.

“¿Se fue por su propia voluntad o la secuestraron?”.

“Más bien creemos que fue que la raptaron, y que eso pasó dentro de su propia casa, porque allí quedó su cartera, llena de sus cosas personales, su carro estaba estacionado en el parqueo, no se llevó nada de ropa y no le dijo a nadie para dónde iba… Por eso nosotros creemos que fue que alguien la raptó dentro de su propia casa, la subieron a un carro, allí mismo, y la sacaron en secreto. Por eso fue que el guardia solo vio salir el carro de los hijos del señor. Creemos que ella iba en ese carro, amordazada; desmayada tal vez…”.

“¿Pero por qué hacerle eso?”.

“Nosotros en la Policía sospechamos que fue ella la que intentó matar al esposo con arsénico. ¿Por qué pensamos eso? Pues porque estaban solos en la casa, ella fue quien le sirvió la comida, o sea, la cena, y solo estaban dos guardias en la entrada… Las muchachas tenían libre… Dijeron que doña Diana les dio libre desde el jueves. Y a la enfermera le dijo que ella atendería a su esposo ese fin de semana; que regresara hasta el lunes, y a las tres mujeres les dio dinero… Además, los muchachos de inspecciones oculares encontraron restos de arsénico en un pedazo de pan que había mordisqueado el esposo, y arsénico también en el jugo que había bebido, y todo eso se lo sirvió ella a su marido. Después, él se puso mal, porque el veneno estaba haciendo efecto, y llamó a su hijo, que vive cerca, y este lo llevó al hospital, donde le salvaron la vida. Después fue que desapareció la mujer… Y de eso hace cinco años, poco más o menos. Y el forense dice que el barril estuvo enterrado más o menos ese tiempo, y que la muela es de una mujer de unos 30 a 35 años, la edad que tenía Diana cuando desapareció”.

“¿Es posible que sea ella? O sea, que el pedazo de hueso y la muela sean de ella…”.

“Eso solo lo saben Dios y la persona o las personas que llevaron el barril hasta ese lugar. Lo enterraron por completo, aunque solo dejaron una capa delgada de tierra sobre la tapa… Aunque, si yo he de darle mi opinión personal, no como policía, bien podría ser muela de la mujer… de Diana…”.

“¿Pero qué fue lo que pasó con ella?”.

“Nosotros hablamos con los hijos del señor, o sea, con los hijastros de la mujer desaparecida, y les dijimos bien claro que sospechábamos que ellos la habían raptado y que la habían matado, haciendo desaparecer su cuerpo, porque no teníamos otra explicación para decir cómo esta mujer había dejado su casa sin nada personal encima, sin dinero ni nada más”.

“¿Y ellos qué dijeron?”.

“Que si lo podíamos probar, que lo hiciéramos”.

“Ah, ya”.

“Pero no teníamos pruebas, ni siquiera una. Requisamos los vehículos de los hermanos, y no encontramos nada, ni un cabello que pudiera decirnos que Diana, la madrastra, estuvo en esos carros… Así que dejamos el caso, hasta que apareció el barril, cinco años después”.

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Motos

El agente hizo una nueva pausa.

“Un detalle que nos interesó mucho fue el hecho de que uno de los hijos del señor es aficionado a las motos, aunque no tiene ninguna cuatrimoto. Pero eso no es determinante porque bien pudo conseguir una prestada, así que hicimos una lista de sus amigos, aficionados también a las motos, y encontramos uno que tiene una cuatrimoto enorme, y nos dijo que la tiene desde hace siete años”.

“¿Se la presta a veces a sus amigos?”.

Le preguntó el detective.

Dijo que sí.

“¿Recuerda usted si hace unos cinco años, poco más o menos, se la prestó a uno de sus amigos, por ejemplo, al señor Fulano de Tal?”.

“Claro que lo recuerdo, aunque fue hace tiempo. Se la presté, la tuvo por tres días, y me la devolvió…”.

“¿Limpia?”.

“Sí, muy limpia”.

“¿Le dijo dónde fue a pasear con ella?”.

“No, nunca le pregunté… ¿Por qué me hace esas preguntas?”.

“Rutina nada más. Perdone, dígame una cosa más: ¿usted le prestó la cuatrimoto a su amigo en esos días cercanos a la convalecencia del papá…”.

El hombre se quedó pensando.

“Sí, dijo. Fue por ese tiempo que don Armando estuvo en el hospital. Creo que se había intoxicado…”.

“Bien. Perdone una pregunta más. ¿Sabe usted si su amigo tiene relación con alguien que venda ácidos o cualquier otro producto químico?”.

“Bueno, eso debe ser así porque él es ingeniero químico, aparte de administrador de empresas, lo que estudió porque tenía que hacerse cargo algún día de los negocios de su papá…”.

El agente no dijo nada más.

“Mire, Carmilla, tratamos de averiguar dónde alguien pudo comprar ácido clorhídrico en grandes cantidades por ese tiempo, pero todavía no tenemos suficientes respuestas como para armar el caso y hostigar un poco a este señor… Pero la verdad es que yo creo que él, o con su hermano, castigaron a la mujer que quiso envenenar a su papá… Pero es algo que tengo que probar, aunque imagino que tal vez no se sepa nunca la verdad sobre la desaparición de la madrastra y del caso del barril enterrado… Y esto que el odontólogo de la mujer no pudo reconocer la muela como de su paciente, con los archivos que tenía… Así que estamos en un callejón sin salida…”.

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